Page 52 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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—¡No te has dormido, mi amor! Ya es muy tarde.


               —No tengo sueño.


               —Pues vas a cerrar tus ojitos y a contar ovejas que saltan un cerco y vas a ver
               cómo te va a dar mucho sueño. Mañana tienes que ir a la escuela temprano.


               —¡Está bien! —respondió un poco inconforme.


               Teresa le dio un beso en la frente, apagó la luz y se despidió diciéndole:


               —¡Buenas noches, cariño!


               Miguel, tras volver del trabajo, se pasaba las horas encerrado en su estudio,
               hojeando el libro de magia. En hojas blancas dibujaba laberintos, criaturas
               demoniacas, fórmulas, oraciones, palabras en lenguas antiguas y fechas. Hablaba
               lo menos posible con su esposa, pero una tarde que ella se encontraba en la
               cocina le dijo:


               —Alguien está haciendo brujería.


               —¡Que qué?

               —Sí. Entre nosotros hay un intruso, un espíritu que pretende destruirnos.


               —Has estado leyendo demasiado ese libro de magia —criticó Teresa—. Ni se te
               ocurra decirles nada a los niños. Ya tenemos bastante como para que tú también

               los asustes.

               Durante los siguientes días, Teresa evitó que su esposo tuviera contacto con
               César y también mantuvo a Marifer alejada. Planeó visitar a su madre. Se detuvo

               en la sala y miró el retrato que su esposo había mandado hacer. Era una
               fotografía donde aparecían los cuatro: él, vistiendo un traje azul marino; ella, con
               la mano encima de su hombro; César, de pie, a un costado de su papá, con un
               traje del mismo color; y Marifer, enfrente de su mamá, con un vestido bordado.
               Era un hermoso retrato de aquella familia que hasta entonces había sido feliz.


               Teresa se llevó el fin de semana a los niños a casa de su madre, y pasaron los
               días jugando; salieron a un restaurante, comieron nieve y fueron al cine. Ella se
               alegró, pues durante ese tiempo nadie pensó en lo que estaba ocurriendo en casa.
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