Page 55 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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El pánico la embargó. Afianzó la puerta con la cadena. Supo que tenía que ser
dura.
—¡Vete! Vete de aquí o llamo a la policía.
—Pero si soy Miguel, tu esposo. ¿Qué ya no me quieres, mi vida?
De pronto oyó un sonido. Era semejante a la caída de un cuchillo de cocina en el
piso. No podía equivocarse. El sonido era inconfundible.
Se le hizo un nudo la garganta. ¡Él llevaba un cuchillo en las manos! Se recargó
en la pared al sentir que le temblaban las piernas y apenas podían sostenerla en
pie. Por ninguna razón iba a permitir que Miguel, ese hombre enloquecido, les
hiciera daño a sus hijos. Tomó un respiro para recobrar un poco la calma y
pensar con claridad. Tronó los dedos.
Enseguida recargó algunos muebles en la puerta para impedirle el ingreso. Abrió
la ventana, ató dos sábanas e hizo bajar por ella a César hacia el jardín. Miguel
empujaba con fuerza la puerta y la chapa amenazaba con ceder. Marifer
estrechaba el mono de peluche entre sus brazos. Teresa se inclinó por la ventana.
Le hizo una seña a César para que se alejara hacia la garita policiaca.
—¡Busca ayuda!
Se dio cuenta de que iba a ser imposible bajar con Marifer a través de la sábana:
apenas pudo resistir el peso de César. Un ruido la estremeció. Miguel entró
precipitadamente. Llevaba un cuchillo en la mano derecha. Se dirigió hacia su
hija. Alzó el arma listo para asestarle una puñalada. Marifer se encogió
abrazando con más fuerza a su mascota, que parecía mover el hocico diciéndole
algo a la niña. Cerró los ojos.
Miguel cayó. El golpe en la cabeza lo dejó aturdido. Teresa, al ver que su esposo
se mantenía en pie, trató de atacarlo de nuevo. Levantó la lámpara. Él le gritó: