Page 60 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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De inmediato se apagaron las luces y el conductor exclamó:


               —¡Un gran aplauso para recibir a Mino y sus monos africanos!


               El aplauso fue unánime y enseguida se hizo un silencio absoluto.


               Mino, un joven de sonrisa franca y eterna, cuyos músculos se desparramaban por
               todas partes, se adueñó de la pista e invitó a sus monos a realizar diferentes
               ejercicios. El papá mono tenía complejo de King Kong y se golpeaba el pecho
               con tanta fuerza que se desacomodaba las costillas, los monos pequeños hacían
               monerías (usaban baberos y chupones, montaban caballitos sobre resortes,
               jugaban béisbol) y mamá mona usaba una minifalda y les enseñaba las peludas
               piernas a los caballeros de las primeras filas.


               Como premio recibían plátanos que ellos pelaban con rapidez y engullían en un
               tronido de dedos. El acto culminante fue cuando uno de los monitos se vistió de
               charro y se paseó sobre un perro buldog alrededor de la pista. Los asistentes los

               despidieron con gritos jubilosos.

               Después apareció en escena Mario Malabares, quien con su destreza manual hizo
               girar platos, naranjas, pelotas, ceniceros, bolos y cuatro gatos ante la mirada

               expectante de todos. El número lo cerró vendándose los ojos y haciendo suertes
               con cinco cactus cubiertos de filosas espinas.

               Siguió el payaso Chinguilingui, experto en payasadas sangronas. Se tropezó

               varias veces con sus graciosos zapatotes, pronunció mal los nombres de las
               cosas, dejó que acribillaran su cara a pastelazo limpio y se puso globos en el
               pecho y bajo la espalda para imitar a su novia Chona, la Pechugona.


               Los niños rieron como si fuera la primera vez que veían aquellos actos. La
               verdad era que cada año repetían los mismos trucos, pero la necesidad de reír era
               mayor que la capacidad para juzgar con dureza a aquel payaso torpe.


               Mientras sonaba un mambo, Gordonia, la mujer más gorda, y Aquilano, el
               enano, hicieron su aparición en el centro de la pista tomados de la mano. Ella
               vestía una colcha king size floreada y un ridículo sombrero lleno de frutas. Su
               compañero portaba un pantaloncillo corto y una playera del pato Donald. Una
               boina marinera coronaba su cabeza.


               Las carcajadas inundaron las gradas. La gorda fue devorando uno a uno los
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