Page 61 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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plátanos, las manzanas y la sandía que adornaba su cabeza, mientras el

               hombrecito saltaba tratando de alcanzar siquiera una ciruela. La pareja se esfumó
               y de la calma surgió un misterioso silencio.





               El sombrero descompuesto


               Los tambores empezaron a repiquetear cada vez con mayor fuerza. La
               expectación creció. Hasta los niños más tragones dejaron de comer palomitas de
               maíz a puños. Angélica, la niña más mala, dejó de pellizcar a las niñas que la
               rodeaban. Sebastián abandonó su siesta y se dispuso a mirar el escenario. La voz
               ronca del conductor anunció el número principal de la tarde.


               —¡Señoras y señores, niñas y niños, ha llegado el momento sensacional de este
               espectáculo! ¿Están preparados para enfrentarse a lo desconocido? ¡Frótense los
               ojos porque la magia que van a ver a continuación es increíble pero cierta!

               ¡Querido público de Aquimero, queda ante ustedes el heredero de los poderes
               del mago Merlín: Auuuuuuuuuuuuustreberto, el barón de la magia y la ilusión!

               Una cortina de humo inundó el área y de su interior brotó la figura de un hombre

               enfundado en una capa oscura y un vistoso traje, bajo un sombrero de copa. ¡Era
               el mago!

               Un halo de luz lo seguía mientras realizaba algunos movimientos con las manos.

               Primero fue el truco de los naipes que se sacaba de las orejas, la boca, la nuca y
               las muñecas. Después, el de la cinta de papel que nunca se cansó de salir de su
               garganta. Los aplausos aumentaron de tono.


               —¡Buenas tardes, querido público! Me da mucho gusto estar de vuelta en
               Aquimero, después de un año de no verlos. ¡Traigo nuevos actos de magia, que
               aprendí en una convención de magos y brujas en Salem! En esta ocasión adquirí
               una varita encantada y un sombrero mágico. Exactamente este día probaré su
               poder. ¡Atención!


               Su ayudante, una señora flaca vestida con un leotardo de plumas verdes que le
               quedaba muy grande y de piernas tan flacas como palillos de dientes, puso una
               mesita frente al mago Austreberto. Él se quitó el sombrero y lo colocó boca
               arriba sobre ella. La señora le entregó un estuche y él retiró una pequeña vara de
               madera. La tomó con delicadeza y la mostró a la concurrencia.
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