Page 57 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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—¡Tengo que hacerlo! —y la alejó, aventándola a un costado.


               Teresa, aterrada, miró cómo su esposo alzó el cuchillo y se le echó encima a
               Marifer. Gritó.


               Miguel le hundió el cuchillo al oso de peluche. Un desgarrador grito, como de
               una anciana, brotó de la entraña del muñeco. El escalofrío los estremeció. Teresa
               corrió en busca de su hija y la abrigó entre sus brazos. Miguel reaccionó a la
               sorpresa y volvió a hundir el cuchillo en el vientre del oso. Lo hizo una y otra
               vez hasta que la borra se derramó. Marifer lloraba desconsoladamente.


               El oso se sacudía dominado por unos estertores y después de algunos segundos
               se quedó quieto. Teresa no daba crédito a lo que sus ojos veían.


               Teresa recobró la calma. Ya no le temía a Miguel. Marifer había vuelto en sí.
               Quería alejarse del oso de peluche, que antes era su preferido. Miguel examinó
               el interior del juguete. Sacó un manojo de pelos largos y negros, varios dientes y
               colmillos filosos, unas plumas negras y un esqueleto de murciélago.


               Bajaron por la escalera. Teresa deseaba salir para encontrarse con César y, de
               paso, para tomar aire. Miguel le pidió que la esperara en el auto. Llevaba los
               despojos del oso hacia la estufa. Les prendió fuego. Pelos, dientes, plumas y
               huesos empezaron a consumirse lentamente hasta volverse una sustancia

               negruzca.

               En el estudio, el cuervo disecado movió los ojos.
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