Page 63 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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los espectadores que se callaran para permitir la concentración del mago. Este
levantó su capa, se ocultó en ella y cerró los ojos durante algunos segundos.
—¡No te comas las uñas, Maruca! —se alcanzó a oír que una madre le decía a su
hija, pero pronto alguien le pidió que se callara.
Visiblemente nervioso, Austreberto hizo un tercer intento por realizar con éxito
el truco del sombrero. Llamó a un niño espectador para que le ayudara a sacar la
pieza invocada a través del sombrero. Nadie quiso pasar, temerosos de llevarse
una desagradable sorpresa. Solamente hubo un valiente.
—¿Cómo te llamas? —inquirió Austreberto.
—Memo.
—Prepárate, pues, Memo, para una suave sorpresa.
El niño asintió inclinando la cabeza. Se acercó a la mesa de pruebas y oyó el
nuevo conjuro:
—¡Sombrero de fina frazada/dame una hermosa mascada! —invadido por el
temor, el mago le pidió al niño que sacara la pieza de su interior. Este metió la
mano confiado, pero al sentir una asquerosa humedad viscosa en los dedos la
soltó en el aire, a la vez que exclamaba:
—¡Asco, un pañuelo lleno de mocos!
La gente, ya sin consideración alguna, reía escandalosamente. Muchos se
apretaban la barriga tratando de contenerse.
Como una brasa al rojo vivo, el mago tomó su vara y su sombrero con violencia
y salió casi corriendo del escenario, perseguido por su flaca acompañante, que
trató de sonreírle al público con sus discretos dientes de castor.
Ni la atronadora salva de aplausos que lo despidió logró quitarle la enorme
vergüenza que lo embargaba en aquel momento.
Memo