Page 67 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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El hallazgo
Cuando Memo y Pepe llegaron al lugar donde el circo se estacionaba, solo
encontraron basura como único vestigio de su presencia.
La empresa de diversiones se había marchado y por diferentes sitios se elevaban
montículos de aserrín sucio, cajas de palomitas de maíz, montones de cáscaras
de sandía y plátano, pasteles de caca, trozos de mecate y vasos.
Memo miró el desolado paisaje y sintió que algo le apretaba la garganta.
Ambos amigos se miraron con tristeza y estuvieron a punto de llorar, pero no lo
hicieron por temor a que otros niños los vieran y les hicieran burla. Caminaron
de un lado a otro sin sentido. Aquí estaba la jaula de los monos; allá, la del león;
sobre aquella esquina, la jirafa enana. En fin, todos aquellos hermosos y
malolientes animales se habían marchado.
Del payaso sin gracia no quedó ni el eco de su carcajada. De la gorda solo
quedaron sus profundas huellas, y del trapecista, ni su cobardía.
Memo, al tiempo que daba unos pasos, movía con la punta del pie los restos de
basura. De pronto descubrió algo en el suelo, cerca del lugar donde estaba el
carromato del mago: ¡su sombrero! Parecía estar en malas condiciones, un poco
apachurrado y sucio, pero al fin y al cabo era el sombrero mágico.
—¡Pepe, mira lo que hallé! —gritó Memo—. ¡Me lo llevaré a casa!
Pepe volteó hacia él y vio el sombrero maltratado. Se quedó pensando unos
segundos y luego dijo:
—¿Para qué puede servirte? De seguro lo tiraron porque ya no sirve para nada.
—¡No importa, a mí me gusta! —respondió Memo mientras seguía buscando en
el suelo.
Con el afán de asustarlo, Pepe le advirtió:
—¿Y qué tal si está maldito? ¿Qué vas a hacer si luego quedas embrujado por
andarlo agarrando?