Page 49 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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Miguel le mostró el álbum de timbres postales a su esposa, y haciendo un gesto

               romántico exclamó:

               —¡Un regalo para la mujer más bella del mundo!


               —¡Oh, qué buen detalle, mi amor! —contestó ella, y abrió los brazos para
               agradecerle la atención. Salieron del cuarto de Marifer y bajaron por la escalera
               hacia la sala.


               —Tengo hambre. ¿Me haces un sándwich?


               —Claro, mi vida.


               —¿Y me traes mis pantuflas?


               —Ajá.


               —Y si no es mucha molestia, ¿me prendes la televisión?

               César, hijo mayor de Miguel y Teresa, llegó a casa dominando el balón con las

               rodillas y los muslos. Le encantaba el futbol, así que aprovechaba cualquier
               espacio para practicar su deporte favorito. No importaba que esto exigiera
               algunos sacrificios: foreros, angelitos de porcelana, ceniceros, retratos y
               lámparas. Con frecuencia, su mamá lo dejaba sin domingos, para reemplazar los
               objetos rotos. Miguel celebraba la afición de su hijo pero el día que tumbó su
               título profesional se convirtió en un remolino de furia.


               Incluso la pequeña Marifer pagaba el precio de la preferencia de su hermano por
               aquel deporte.


               —Mamá, dile que ya no juegue aquí. Me volvió a tirar mi juego de té —
               reclamaba entre lágrimas.


               —Lo que pasa es que eres muy llorona, por cualquier cosita haces escándalo.
               ¡Dejarás de ser niña!


               Movía el balón con la punta del pie mientras hacía piruetas al tiempo que decía:

               “Ronaldinho. Aquí va Ronaldinho, con el balón pegado a sus pies, hace una

               finta, burla a uno, burla a otro, ¡y tiraaaaaaaaaaaaa!…
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