Page 42 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
P. 42
Un largo y silencioso grito
Para Ibrahim
LA TARDE en que se vio en el espejo y no reconoció su rostro en él le dio
pánico pues pensó que estaba muerto. Eran las siete y la siesta que tomó después
de la hora de comida se le alargó. Se estiró como un gato y tronó los huesos de
las manos. Estaba cansado, aunque parecía que había dormido una eternidad.
Se tocó la mejilla y sintió la piel un poco fría. Miró sus brazos. Tenían un color
pálido, casi amarillo, como si estuviera infectado de hepatitis. Las uñas, un color
negruzco. El día se estaba acabando y solo quedaban en el piso los restos de luz
que alcanzaban a filtrarse por las persianas.
Sobre la pared estaba colocado un banderín con un nombre bordado: Yimi.
Enseguida vio una foto donde un muchacho de once años posaba con un balón
de futbol. Se acercó y la tomó con la mano derecha. Recordó de inmediato el
rostro del espejo: ¡era él mismo! ¿Yimi? ¿Era ese su nombre? Sí, le sonaba
familiar. Echó un vistazo a su alrededor. Con dificultad fue recordando las cosas
que se hallaban ahí y sospechó que aquel cuarto era suyo: un cartel de Los
Beatles encima de la cama, el reloj despertador, un voluminoso trofeo barato que
ganó en algún concurso deportivo.
La cama estaba tendida; los libros de texto, apilados; sus útiles escolares, sobre
la mesa de tareas; las cortinas gruesas apenas permitían el paso de una luz débil
y temerosa. Nada extraño había ocurrido en ese lugar y, sin embargo, sintió un
poco de temor.
Caminó por el pasillo. Trató de abrir otros cuartos pero tenían seguro. Tocó la
puerta y preguntó:
—¿Hay alguien aquí?