Page 34 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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su reloj.


               —Está bien: es casi una hora —señaló otro.


               Jugaron un disparejo y le tocó buscar a Nacho.


               —¡Estoy bien salado!


               —Cuenta hasta cien. No hagas trampa —le dijo Tavo.


               Corrieron a esconderse.


               A Viqui le gustó la bodega. Estaba llena de telarañas y muebles descuartizados.
               Se ocultó dentro de una caja de madera que había servido como empaque para
               un ataúd. Tavo fue hasta el patio y eligió unos arbustos para pasar desapercibido.
               Hugo también ingresó a la zona prohibida y se escondió en un ropero que tenía
               años cerrado y que, al abrir la puerta, rechinó como quejido de un moribundo.


               Nacho terminó su conteo y fue tras ellos. La luz era cada vez más débil. La
               penumbra dominó lentamente el ambiente de las salas. Tenía que encontrarlos.
               Caminaba acompañándose de un ¡grrrrrr! El monstruo es una versión de las
               escondidillas pero con un ingrediente de terror, pues quien busca actúa como un
               monstruo que va a capturar a sus víctimas. Fuera de eso, el silencio era espeso.
               Caminaba con cautela para escuchar algún ruido o alguna respiración agitada
               que delatara a sus amigos. No encontró a nadie en las salas de exhibición.


               —¡Chin! —exclamó.


               Entró a la morgue. La puerta cedió fácilmente. El piso era de azulejos blancos;
               tenía una plataforma en la que desembocaban dos mangueras y una serie de
               cuchillos en la pared. Había vasijas de metal y bolsas de plástico negro. De un
               perchero colgaba un mandil de cuero con restos de sangre seca. Miró detrás de la
               puerta y dentro de un clóset. No localizó a ninguno de los muchachos. Se apuró
               a salir de allí.


               Pasó al cuarto contiguo, repleto de animales disecados. Era una galería de
               mapaches, zorrillos, serpientes, búhos y un mono araña. Parecían estar vivos.
               Grande fue su asombro al encontrar entre aquella multitud a Mencho, el gato
               favorito de su padre, que había desaparecido hacía más de un año. Sintió una
               mezcla de compasión y coraje. ¡Si su padre supiera! Apuró el paso.
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