Page 26 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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primer intento, hasta que le di un golpe con todas mis fuerzas y lo pude abrir.

               Entré rápido y lo cerré. La sombra se quedó afuera. Sudaba. Mis manos estaban
               mojadas. Cerré un ojo y miré por una rendija. No alcancé a distinguir nada. Casi
               me congelo al sentir en mi hombro una mano huesuda.


               —¿Guillermo?

               Volteé, atemorizado. ¡Era mi abuela!


               —¡Abue! —le dije, recargando mi cabeza en su pecho mientras el alma me
               volvía al cuerpo—. ¿Qué haces aquí?


               —Las gallinas hacían mucho ruido. Estaban muy inquietas. Pensé que se había
               metido algún animal. ¿Y tú? ¿Te levantaste dormido?


               —Alguien me llamó. Salí y vi una sombra. Me estuvo persiguiendo. La vi
               clarito.


               La abuela sonrió. Me abrazó y me llevó a la habitación.


               —Cenaste demasiados frijoles de olla. Eso ha de haber sido.


               Pasaron los días. Paseamos en burro, juntamos huevos de gallina, atrapamos un
               camaleón, comimos tunas y tortillas de maíz hechas a mano por la esposa de
               Ramiro. Cuando anochecía regresaba la incertidumbre. Algunas veces, ya
               acostado en la dura cama del cuarto, escuché que lle gaban muchos caballos a
               todo galope al patio de la hacienda. Oí pasos de botas corriendo por el pasillo;
               también, golpecitos en la pared, pero me hice el disimulado. Mis papás dijeron
               que tenía mucha imaginación y dieron por enterrado el asunto. El domingo por la
               tarde volvimos a casa.
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