Page 138 - El disco del tiempo
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–¡BASTA! ¿En qué lengua antigua o moderna quieres que te lo diga? ¡Basta!
Dimitri no perdió la calma; estaba acostumbrado al explosivo carácter de
Mijalis, su amigo cretense.
—Ese grupo de jovencitos ignorantes me molesta mucho. ¿Qué saben ellos del
disco? ¿Qué saben de las escrituras antiguas? ¿Qué saben de Creta? ¡Me irritan!
¡Quiero aplastarlos con este puño!
Antonis pegó en la mesa y los vasos de ouzo oscilaron, derramándose algunas
gotas.
—Sí, ya lo demostraste esta madrugada, amenazándolos con un cuchillo.
Estuvieron a punto de levantar una demanda, ¿quieres ir a la cárcel otra vez?
—Juré no volver a pisarla. Sabes que soy inalcanzable.
Mijalis se revolvió en su silla como un toro. Los cabellos rizados reñían sobre su
ancho cuello una batalla constante; los ojos habitualmente despedían lumbre y su
barba lo asemejaba a los héroes homéricos representados en las vasijas del siglo
sexto antes de nuestra era. Sin ser gordo, era demasiado corpulento para su corta
estatura y su obstinado desaliño era una de las causas por las que las mujeres se
habían alejado de él. Eso y su iracundo carácter.
—Soy un patriota, ¿lo sabes o no lo sabes? Desconfío de los extranjeros.
—Claro que lo sé. Lo que tú te empeñas en ignorar es que emprendí y financié
esta aventura para honrar tu patriotismo, y patriotismo no es sinónimo de
xenofobia, Mijalis.
El colérico editor hizo crujir su silla una vez más y bebió de un golpe su vaso de
ouzo. En su juventud transcurrida durante la década de 1960 había tenido una
imprenta clandestina desde donde atacó virulentamente al llamado régimen de
los coroneles; el final de la dictadura, en 1974, lo sacó de la cárcel a donde había
ido a parar varias veces; la restauración de las libertades y los sucesivos triunfos
de gobiernos socialistas lo habían obligado a cambiar de caballo de batalla.
Ahora, además de su pequeña imprenta de libros turísticos, publicaba en internet
todo lo que se le antojaba, siempre en griego, sin traducciones a ninguna otra