Page 134 - El disco del tiempo
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—Tan cierto como que yo diseñé el sistema que transporta el agua para llenar las
bañeras de manera rápida.
—¿Y la princesa Ariadna, por consiguiente, no va a la fuente por agua? —
prosiguió Sikelia.
—Claro que no. El agua llega a ella.
—Arquitecto, la casa de mi padre Cócalo no es menos noble que la de Minos.
Verá con gusto si el ilustre huésped implanta en ella las comodidades cretenses.
Dédalo sonrió. Eso era fácil.
—Así se hará, tan rápidamente, que la noble princesa de Trinacria se verá
sorprendida.
—No acostumbro sorprenderme. Éste es un pueblo de vacas, de pastores y rudos
campesinos. Aburrido hasta los huesos, caluroso y lleno de polvo.
Acostumbrado como estás a los palacios cretenses, debes considerar la casa de
mi padre una miserable alquería. Y habituados tus ojos a los afeites sofisticados
de las damas de Knossos, seguramente piensas que mis hermanas y yo somos
toscas y desprovistas de gracia.
—Mas no desprovistas de lengua —sonrió Dédalo mientras las hermanas de
Sikelia frotaban vigorosamente sus miembros con una mezcla de hierbas
aromáticas y medicinales. Querían terminar pronto sus deberes con el huésped
para ir a jugar al patio.
Sikelia se mordió la lengua y ya no habló. En la noche, cuando Dédalo narró
parte de sus viajes y aventuras ante la audiencia asombrada, ella bebió sus
palabras como un lento y espeso vino; y lo escogió como esposo.
—¿Dédalo? —se extrañó su padre, Cócalo–, ¿quieres casarte con Dédalo?
Sikelia asintió con la mirada altiva.
—Es más viejo que yo —reflexionó Cócalo—, pero pensándolo bien… tu
matrimonio con él uniría mi casa a la realeza de Atenas. Él es un erictiónida,
pariente de Egeo, y aunque lo hayan proscrito… su talento lo convierte en un
pretendiente digno de ti… Pero no apresuremos las cosas. Aunque bien mirado,