Page 43 - El disco del tiempo
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—Sin verlo, lo recuerdo a cada segundo. Es la naturaleza del castigo. De cruel
manera los dioses han escogido castigar mi soberbia y mi avaricia.
—Pero han visto con beneplácito el fortalecimiento de la talasocracia. Y ha sido
tu obra, Minos.
—Y de la reina, la omnibrillante Pasífae —dijo Minos con un rictus amargo en
los labios.
—La que se sienta en el Trono de los Grifos, por mí labrado para su gloria —
musitó Dédalo, como si no quisiera ser escuchado.
Nuria, acostumbrada a las distancias de la ciudad de México, se asombró al
comprobar lo rápido que llegó a su hotel.
Había elegido alojarse en una modesta pensión para estudiantes, sin alberca ni
aire acondicionado. Baño en la habitación sí tenía y Nuria no dejó de alegrarse
ante las paredes blancas y las puertas pintadas de azul.
No se sentía totalmente extranjera. Los colores eran parecidos a los colores de
México, salvando las diferencias. Entrevió a una anciana vestida de negro, la
madre de la dueña de la pensión. Con su cabeza envuelta en una especie de velo,
la anciana cretense no era muy diferente de las ancianas mexicanas que salen a
misa, muy temprano, en Aguascalientes.
Se daba a entender a señas y con un poco de inglés, el idioma universal, que
manejaba la dueña de la casa, Kyria Vroula, con la soltura de quien está
acostumbrado a tratar turistas. Por unos folletos que estaban en el viejo
mostrador que hacía las veces de recepción, Nuria se enteró de la ubicación del
museo: calle Xanthoudidou, número 1.
Dejó su pequeña maleta en la habitación; se refrescó rostro y cuello y bajó las
escaleras que conducían al recibidor de la posada. Era cerca de mediodía y
quería apresurarse, pues el museo Arqueológico cierra sus puertas a las tres de la
tarde.
Entonces lo vio. Vestido de blanco, recargado en el mostrador, con un sombrero
como el que luce el abuelo de Nuria en las fotografías de 1950. Enormes gafas.