Page 48 - El disco del tiempo
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—ELLOS se odian.
Ariadna apartó el rebelde rizo negro detrás de su oreja y se asustó al escuchar el
tono de su propia voz.
—Ellos se odian.
—¿Por qué?
—Por el poder —respondió su voz, más oscura que su cabellera.
Ese día había sido muy largo y caliente y no tenía la menor intención de ir a la
cama. Empezó a retirar las perlas que flotaban en las ondas de su cabello.
—Yo también quiero el poder —susurró la princesa mientras ponía
cuidadosamente, una a una, las perlas en un cofrecillo de madera.
—¿Pero… cuándo? —Pensó en lo que había dicho Creteia durante la procesión
del azafrán: reinarás, Ariadna, cuando conozcas y domines tu propio corazón.
Creteia siempre tenía razón. Poseía la sabiduría del Tiempo, pero Ariadna sabía
cómo dominar sus emociones. Nunca pondría su vida en las manos de un
hombre. Como Pasífae, como la Reina…
Cuando era más joven y tan nerviosa como Fedra… (Fedra… al pensar en su
hermana menor una sonrisa se dibujó en sus labios) cuando se atrevió a soñar
con el príncipe extranjero que llegaría a Knossos a conquistarla. ¡Qué lejanos
estaban esos sueños!
Ariadna acercó su rostro al espejo de bronce. Qué cambiante puede ser un rostro.
Qué lleno de significados y edades. Libre de las perlas y de las cintas que lo
sostenían, el cabello cayó sobre sus hombros como la sombra de la noche. Sus
ojos se oscurecieron en un presentimiento y puso suavemente el espejo al lado
del cofre de madera que contenía sus perlas.
Entonces, se dejó caer en el suelo. Disfrutó voluptuosamente la frialdad de las
losas bellamente pulimentadas que cubrían el piso. Desde niña se había
acostumbrado a disfrutar los sonidos de la tierra. Antes del gran terremoto, fue la