Page 52 - El disco del tiempo
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acaso en una serie de estatuillas —no es la escultura mi fuerte— que narren en
sucesión los momentos del sueño? Tal vez la opción del muro sea la más
adecuada. Ya miro al toro potente emergiendo de las olas, el temor de la
doncella, la manifestación de los dioses y tu nombre, ¡oh Potnia!, traducido en
color y en eternidad.
—¿Eternidad? ¿Podemos aspirar a ella, Aléktor? No. Y más a sabiendas que bajo
nuestros pies duerme intranquila la bestia de la Tierra, la que al agitarse y mugir
derriba nuestros palacios como las olas barren las construcciones de arena que
hacen los niños en las playas de Amnissos. ¿Un fresco? No; ya hay muchos de
ellos surcando los espacios de la Casa de las Hachas como delfines el proceloso
mar. Quiero que cifres mi sueño en un mensaje que no destruya el tiempo. En un
objeto que pueda desafiar la fuerza de los sismos, que se escurra por entre los
dedos terribles de Poteidan, el Agitador de la Tierra, que atraviese mi edad y se
filtre por las edades, que viaje en el tiempo y en la tierra y en el polvo.
—Un disco, Aléktor. Dos caras que al extenderse dibujen la S de Thalassa. Que
lo puedan leer el tierno niño y el hombre sabio, la mujer palaciega y la que cuida
las dulces terneras en los fértiles valles de nuestra isla.
El rostro de Aléktor se endureció súbitamente. ¿Era posible que la princesa
supiera…? No. Dédalo había actuado con el mayor secreto. Antes de partir en la
nave de proa de hipocampo y alma de papiro que él mismo construyó, había
hecho jurar al joven pintor, por las aguas terribles de la Estigia, que llevaría a
cabo el proyecto del disco y lo entregaría a los artífices de Festos, la ciudad de
las artes, y ahora Ariadna le encomendaba un artefacto parecido. Sin duda,
cualquier figura mental y geométrica cabe en el interior de un círculo…
Aléktor salió de su ensoñación.
—¿En qué material quieres que realice el disco, Potnia?
—De arcilla, que en tus manos se tornará en miel, príncipe de los artesanos.
—Me halagas, princesa. Tú sabes que si alguien merece ese título es mi maestro,
Dédalo.
—Es la segunda vez que lo nombras en esta conversación, Aléktor. Olvidas que
mi padre ha proscrito su memoria y que sobre el arquitecto pende el hacha doble
de la talasocracia.