Page 55 - El disco del tiempo
P. 55

femenina —¡Oh, llorado Androgeo, desaparecido en la flor de la edad ante la

               desesperación de Minos!— habían llenado el lugar que en el corazón tenía para
               anhelar a un varón. Se había consagrado en secreto a Britomartis, la diosa
               virginal, para mantener su pureza y su fuerza, y merecer el Trono de los Grifos.
               Tal vez más adelante soportaría el matrimonio sagrado con el Toro, como su
               madre. El Toro.


               Los labios de Ariadna adquirieron un diseño duro. El omnipresente Toro de
               Minos: en la forma de la Luna, en los brillantes cuernos de consagración, aun en
               las curvas del hacha doble de oro que pendía de su pecho y en la dorada insignia
               en las manos de los guardianes de la talasocracia. El Toro era todo. ¿Qué era el
               Toro?


               Ariadna sintió un escalofrío. Memorias oscuras la asaltaban, como una
               inundación de sudor y miedo. Era una niña pequeña y se escucharon gritos en el
               megaron del rey. Ariadna abandonó su cama y la muñeca autómata que Dédalo
               había fabricado para ella y caminó de puntillas. Era una niña pequeña y se
               escucharon gritos que hicieron saltar en pedazos el brillante y colorido mundo de
               los frescos, la soleada y feliz Knossos, el azul del mar y los juegos con muñecas
               autómatas. Su madre, la reina Pasífae, arañó con sus uñas su propia piel y se hizo
               sangrar, mientras Minos, su padre, el rey, crispaba su mano en la guarda del
               hacha doble y tenía esos ojos que jamás podría olvidar. Esos ojos de odio e ira,
               tan similares a los de Zeus cuando amontona las nubes y envía sus relámpagos
               de destrucción a los mortales. Y eso ocurrió después del rito innombrable, de la
               más directa forma de hierofanía, un sueño o pesadilla que estaba dirigido

               solamente a Pasífae. Por aquellos días, su madre no era su madre, era más como
               el mar o como una tormenta o como una larga noche sin luna. La noche del Toro
               rompió la infancia de Ariadna, mató su inocencia y arrojó una sombra
               permanente sobre sus breves dichas.


               Era una niña pequeña y se escucharon gritos que dejaron para siempre un
               laberinto de ira, odio, sospecha y desesperación en el Palacio de las Hachas
               Dobles.


               No era fácil para Ariadna hablar con su padre. Minos había erigido un muro de
               silencio y orgullo entre él y las mujeres de su familia. Aunque había accedido a
               considerar a Ariadna la primera en la línea hereditaria de su dinastía, continuaba
               llorando a Androgeo y había prohibido la música de flauta en los sacrificios,
               porque cuando se enteró de la muerte de su amado hijo a manos de los
   50   51   52   53   54   55   56   57   58   59   60