Page 56 - El disco del tiempo
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atenienses, estaba atendiendo un sacrificio a la Diosa que es Tres, y con dolor

               inenarrable prosiguió con el ritual, pero ordenó que cesara toda música y que se
               desgarraran las guirnaldas…

               Los guardianes de las hachas dobles saludaron a la princesa en silencio y le

               franquearon el paso. Reconocían los pasos de una verdadera reina. Minos
               levantó el rostro para recibir a su hija, pensando que era la viva imagen de
               Pasífae en su juventud, cuando la vio por primera vez, cuando el tiempo era puro
               y promisorio y la muerte y la oscuridad aún no llegaban a su corazón y a su
               ciudad.


               “Agitador de la Tierra, qué grande fue el amor que profesé a esa mujer… qué
               grande es el odio que hoy abrigo contra ella” —pensó mientras permitía que
               Ariadna se sentara frente a su trono.


               —Padre, la gente de Knossos comienza a quejarse de tu… falta de interés en
               nuestros sagrados ritos.


               —¿Quieres convertirte en juez de los actos de Minos?

               —Eso está lejos de mis intenciones. Se ha generalizado la inquietud de que las

               desgracias que a través de los últimos años han aquejado a la talasocracia se
               deben al olvido en que has tenido tus deberes para con los dioses. La expulsión
               de Dédalo ha lastimado al consejo de notables de Knossos y al gremio de los
               artesanos…


               —¿Vas a culparme de eso también?


               Ariadna sintió miedo. En ese momento la mirada de su padre tenía esa chispa de
               ira que procedía del padre de los inmortales y de los mortales, del todopoderoso
               Zeus.


               —Tuve un sueño.

               Minos sonrió con amargura.


               —Sé —porque la diosa me lo inspira— que este año los Juegos Fúnebres en
               honor de mi hermano Androgeo deben posponerse. Al menos hasta tener un
               signo favorable de la diosa.
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