Page 58 - El disco del tiempo
P. 58

Pero esa alquería, ese corral nauseabundo, ese amasijo de veredas lodosas que

               era Atenas, pergeñaba venganzas sucesivas contra la resplandeciente ciudad de
               Minos.

               Primero fue Dédalo. Demasiado talentoso para Atenas, demasiado artífice, se

               sintió atraído por las posibilidades de desarrollo que Knossos podía brindar a su
               talento inigualable. Algunos dicen que huyó, después de haber cometido un
               asesinato, y matado por celos de artesano a su sobrino Tántalo, descendiente del
               clan de las serpientes. Lo cierto es que asombró a las inteligencias de Knossos
               con sus vanguardistas concepciones arquitectónicas y sus deliciosos ingenios,
               que eran juguetes que divertían a los niños y a los mayores. Trazó el Palacio de
               las Hachas Dobles para que fuera al mismo tiempo habitación y fortaleza,
               biblioteca y gimnasio, sede de los poderes reales y administrativos y taller de
               maravillas. Le llamó Laberinto, o palacio de las Labrys, que son las Hachas
               Dobles, y cuando estaba a punto de concluirlo, fue llamado por el rey.


               Los ojos azul–negro de Minos estaban velados por una sombra que infundió
               miedo al príncipe de los arquitectos.


               —Artífice, me traicionaste. Mi primer impulso fue que los guardianes de las
               Hachas Dobles te condujeran al centro de tu propio invento, donde morirías,
               aprisionado por tus propios pensamientos. Pero sé que tu ingenio es mucho. Así
               que mi sentencia es que abandones Knossos y olvides los nombres de Minos y
               Pasífae.


               De aldea en aldea corrió la voz de la desgracia del arquitecto y se le vio partir en
               un barco nunca visto antes, diseñado por él y que aprovechaba con las velas de
               atrevido dibujo cada partícula de energía del viento. Se le vio partir como un
               mortal y las conversaciones de los cretenses lo convirtieron en un dios con alas
               de águila, ingenioso artificio por él fabricado, que surcaba los cielos
               acompañado de un hijo imprudente que se acercaba mucho al Sol y caía al mar.
               Dédalo se fue del destino de Minos, hacia el Oriente, llegó a Trinacria y
               consagró las alas de su ingenio a Apolo. En Knossos dejó el Palacio de las

               Labrys y ni Dédalo ni Minos pudieron salir nunca del laberinto que los enfrentó
               hasta la muerte.





               Primero los atenienses forjaron a Dédalo para ir trazando la desgracia de Minos.
   53   54   55   56   57   58   59   60   61   62   63