Page 63 - El disco del tiempo
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siempre llevaba puesta, a guisa de capa, de armadura y de recordatorio y la dejó

               descuidadamente sobre una banqueta, de manera tal que parecía un león vivo.

               Los niños de palacio entraron al lugar y se asustaron sobremanera, corrieron y se
               atropellaron para escapar de lo que consideraban una fiera. Todos, menos Teseo,

               que con siete años en el frágil cuerpecillo fue en busca de un hacha y se lanzó
               con la determinación de cortar la cabeza del león. Con dieciséis años cumplidos,
               habiendo ya ofrecido a Apolo el primer cabello que le habían cortado al entrar en
               la edad viril, su madre Etra lo llevó al pie de la hueca roca, el altar de Zeus el
               Fuerte.


               —Hijo, has crecido en el hogar de Piteo y te has distinguido por tu fuerza y por
               tu inteligencia. Cuando has preguntado por el nombre de tu padre no has
               recibido respuesta ni mía ni de tu abuelo. De mis labios recibirás la revelación
               sobre tu origen y al mismo tiempo una prueba para tu fortaleza. Si puedes
               cumplirla, te pondrás en camino al reino de tu padre y reclamarás en toda justicia
               tus derechos.


               —¿Es mi padre un rey? —preguntó Teseo.


               —El más poderoso del Ática.


               —Egeo es mi padre —y una sombra cruzó la mirada acerada de Teseo— ¿por
               qué no te convirtió en su reina y me hizo nacer en Atenas?


               —Porque no lo quisieron los dioses. Porque no lo quise yo. Ni lo quiso él. Y
               ahora, basta de palabras. Tu padre dejó para ti su espada y sus sandalias, debajo
               de esta roca. Si puedes levantarla, las prendas serán tuyas y subirás a la nave
               cóncava que te llevará a Atenas a salvo.


               Teseo midió el tamaño de la piedra y la golpeó con el puño, dándose cuenta de
               que estaba hueca. Sin dificultad la movió y recuperó los objetos. Las sandalias y
               la espada de Egeo. La espada, con la empuñadura en la que estaban labradas las
               serpientes de Atenas. Roca de Teseo se llamó desde entonces esa piedra y aún se
               puede ver, en el camino que va de la antigua Trecén a la ciudad de Hermíone.


               —No iré en esa nave, madre. Haré a pie el camino costero que va de Trecén a
               Atenas, sembrado de peligros.


               —¿Quieres emular a Hércules, no es cierto? Realizar hazañas y desafiar a la
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