Page 65 - El disco del tiempo
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—Piteo es amigo mío. Nunca enviaría a un traidor.


               —Tal vez no lo envía Piteo —susurró la hermosa maga de ojos brillantes al oído
               de su esposo.


               La construcción del Templo Delfinio en Atenas estaba a punto de concluirse y el
               banquete en honor de Teseo era para halagar igualmente a los albañiles que en él
               participaban. Los albañiles se burlaron del joven, diciendo que por sus cabellos
               suaves parecía una tierna muchacha. Teseo nada repuso, pero desunció un buey

               de un carro, lo cargó en sus brazos y lo lanzó al techo del templo.

               —¿Lo ves? —continuó Medea— es extraordinariamente fuerte. Tal vez planee
               asesinarte en medio del banquete. Recuerda que soy hija de Helios, el

               Omnividente Sol, y puedo atisbar el porvenir y las intenciones.

               —Libra a Atenas de esa amenaza, ¡oh maga! —dijo Egeo, fascinado por los
               rutilantes ojos de Medea.


               —Descuida. He puesto veneno en su copa. Beberá y bajará al Hades.


               En medio del banquete, Teseo levantó la copa y la llevó a sus labios, mirando
               fijamente al rey. Egeo, sabedor de lo que se avecinaba, inspeccionó al joven para
               grabar en su retina la imagen conjurada del mensajero de la muerte. Apreció el
               tejido de su túnica y reconoció el estilo de las mujeres de Trecén, reparó en el
               tahalí y en la empuñadura de marfil de la espada. Sintió que su corazón estallaba.

               En la empuñadura estaban labradas las serpientes de Atenas, de los Erictiónidas,
               su sangre. Teseo tenía los labios sobre la copa. Egeo gritó.


               —¡No bebas, hijo mío! Y de un manotazo, arrojó la copa al suelo.

               Medea palideció. Egeo y su hijo se miraron a los ojos intensamente y después se
               abrazaron. La maga salió airadamente de la estancia y Egeo, que secretamente le

               temía, no osó pedirle explicaciones por haber querido asesinar a su hijo.





               —Padre, el tributo que imponen los cretenses es demasiado cruel. ¿Por qué
               sacrificar a la flor de la juventud ateniense a la venganza de un tirano?


               —La suerte que corren nuestros jóvenes es el dolor de mi ancianidad. He hecho
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