Page 66 - El disco del tiempo
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que las hilanderas de Atenas confeccionen una triste vela negra, que hinchada

               por el viento impulsa las naves de la muerte hacia Creta. ¡Cuántas veces he
               rogado al Agitador de la Tierra, a Poseidón, que castigue a Minos hundiendo su
               isla en el mar! De Creta sólo desgracias nos llegan. Pero no empañemos los días
               de nuestro encuentro con esta sombra. Olvida que mañana partirá la nave hacia
               Creta con su carga de jóvenes y doncellas. Olvida que en el puerto de Amnisos
               estarán los guardianes de la doble hacha esperando el desembarco. Que el mismo
               Minos se regodea en nuestra desgracia y humilla a Atenas tachando de cobardes
               a los jóvenes y apartando para su lecho a la doncella que le agrada, antes de
               entregar a todos a la muerte.


               —Padre, he escuchado hablar del Minotauro. Me siento capaz de vencerlo. He
               probado mi fuerza en el camino a tu reino y siento en mi corazón que me hiciste
               nacer para librar Atenas del opresor cretense, para hacer realidad tu ruego a
               Poseidón y hundir el orgullo de Minos en el mar.


               —¿El Minotauro? Es una patraña. Un cuento de viejas con el que amenazamos a
               los niños desobedientes.


               —Sinis, el Doblador de Pinos, no era un cuento, créeme. Y lo vencí.


               —Me recuerdas a mí mismo. A tu edad, me sentía capaz de enfrentarme a los
               Titanes. Ven hijo, el banquete espera de nuevo en el Delfinio. Los tañedores de
               flauta amenizarán conversaciones amables y muchachas complacientes
               rivalizarán por echarte los brazos al cuello y coronarte de rosas.


               —Padre, no podría gozar de las mieles del banquete y de las doncellas pensando
               en quienes se embarcan mañana con rumbo a la negra muerte. Pido tu permiso
               para abordar la nave de velas negras que surca el proceloso mar con destino a
               Creta, la horrible.


               —No te he recuperado para perderte. No tengo otro hijo.


               —Eres injusto con Medo.


               —Él es hijo de Medea. Tú lo eres de Egeo.


               —Y de Etra. Recuerda el mensaje de mi madre. Si no quieres morir de tristeza,
               ve a Trecén, que ella te aclarará los enigmas. Yo iré a Creta.
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