Page 62 - El disco del tiempo
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CUANDO Egeo hacía el camino de regreso a Atenas, procedente de Delfos,
donde había consultado el Oráculo, se detuvo en la pequeña ciudad de Trecén, a
orillas del golfo Sarónico, no lejos de Atenas.
Quería pedir consejo a Piteo, el hombre más sabio de aquellos tiempos, que a la
sazón gobernaba Trecén, pues el oráculo le había dado un mensaje que por más
que se devanaba los sesos, no podía comprender:
No abrirás la boca de tu repleto odre de vino hasta que llegues al punto más alto
de Atenas, si no quieres morir de tristeza.
Piteo recibió a su ilustre huésped con una generosidad tumultuosa. Le sirvió vino
en demasía y ordenó a su propia hija, Etra, que compartiera el lecho con el rey
de Atenas. Así lo hizo la muchacha, pues ansiaba varón, ya que llevaba muchos
años comprometida para casarse con el héroe Belerofonte, quien jamás puso el
pie en la casa de su padre para honrar la promesa.
Al día siguiente, Egeo se sobrepuso a la resaca de su noche de embriaguez y
pidió a Etra que lo acompañara al pie de un peñasco que era conocido como el
altar de Zeus el Fuerte.
Debajo de la roca enterró Egeo su espada y sus sandalias ante la mirada atenta de
Etra, hija de Piteo.
—Si nace un hijo de nuestra unión de esta noche, y cuando crezca puede mover
esta roca y recuperar las prendas, deberás enviarlo a Atenas y lo reconoceré
como heredero y futuro rey.
Egeo se despidió de su anfitrión y regresó a Atenas. A su debido tiempo, Etra dio
a luz a un hijo varón y lo llamó Teseo quien se crió en la soleada Trecén, ciudad
de mujeres de lindas trenzas y de varones domadores de caballos.
En cierta ocasión, el héroe Hércules realizó una visita a Piteo para aprovechar su
sabiduría. Como el calor arreciaba, se despojó de la piel del león de Nemea, que