Page 54 - El disco del tiempo
P. 54
Dédalo asintió con la cabeza.
—¿Para quién está destinado el mensaje del disco?
—Para los dioses —contestó Dédalo— para quienes se encuentren en el centro
del Disco del Tiempo.
Aléktor suspendió el fluir de los recuerdos. No había terminado el disco de
Dédalo, aunque el día anterior un mercader de mejillas tatuadas le había
entregado en silencio uno de los sellos faltantes.
Y ahora la hija de Minos acudía a su taller a pedirle la realización de un disco. Y
de arcilla. Decían en la Casa de las Hachas Dobles que ella podía leer los
pensamientos y que presentía los sismos antes de que ocurrieran.
—No hay asombro en ello —pensó Aléktor— es la hija de Pasífae.
Y Ariadna, princesa de Knossos, y Aléktor, pintor en el Palacio de las Hachas
Dobles, se pusieron a trazar sobre la arena dispuesta en el piso para tal fin, la
serie de signos que podía narrar de manera sucesiva lo que en el sueño ocurrió
de manera simultánea, como ocurren los sueños, mensajes de Zeus.
—¿Tauromaquia? —Ariadna estaba perpleja.
A pesar de que no era extraño que las princesas de la casa de Minos asistieran
tanto a los misterios del Toro como a las suertes, Ariadna se sintió incómoda al
saber que en los próximos juegos, cuando llegaran los prisioneros atenienses,
ella debía acompañar a sus padres en el estrado real.
—Ya no soy tan joven como para divertirme con eso —pensó— mi hermana,
con su adolescencia y su despreocupación estaría encantada. Pero yo…
Esperando por su trono había sobrepasado la edad en que las mujeres de
Knossos dan a luz. Veinte años lunares hacían de ella una serena princesa. El
fuego, los sueños y las locuras estaban atrás. Quería guardar su mente para ella
misma. El poder y la promesa de un reino que podía heredarse por línea