Page 60 - Sentido contrario en la selva
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Donde escucho pasos detrás de mí en la selva…






               AHÍ ESTÁBAMOS EN LA OSCURIDAD de la madrugada, con café, con

               armas, con ampollas, con frío, y yo con unas ganas tremendas de que llegue el
               día, la hora, el minuto, el instante de coincidir con el jaguar. Debíamos
               encontrarnos con un guía lacandón que nos buscaría en esa zona de la selva.
               Pero Ricardo sospechaba que los hombres de los perros no nos habían llevado al
               emplazamiento que se había acordado. Quedábamos de esa manera en sus manos
               y ellos serían los que cobrarían —y seguramente pedirían más— por haber
               acercado al equipo al lugar donde habita el jaguar.


               Iniciamos el camino de ese día. Al frente, los hombres con los perros, Ricardo,
               Emilio y Norma justo después; Sita y yo al final. Sita se daba vuelta de vez en
               cuando para señalarme algún árbol, planta o desnivel en el terreno. Pero después
               nos acostumbrábamos a caminar siguiendo el ritmo casi invisible de los pasos de
               los demás. Algunas veces se detenía la comitiva. Como yo estaba hasta el final,
               no sabía si era porque Ricardo estaba tomando una foto de algún animal o bien
               porque los perros estaban señalando algún otro rumbo. Esas paradas nos servían
               de descanso, aunque también se nos enfriaban las piernas y nos dábamos cuenta
               del cansancio que iba creciendo. Sita aprovechaba para hacer dos o tres

               anotaciones y yo para chupar el jugo de una naranja. Estaba abriéndola con mi
               navaja cuando tuve la impresión de verme a mí mismo desde arriba. Como si me
               hubiese salido de mi cuerpo. Eso era algo que me ocurría con frecuencia cuando
               era chico y había dejado de sucederme. Pero me vi acuclillado en la selva, las
               manos sucias, rasposas, el pantalón enlodado, la cara roja por el calor, el pelo
               revuelto; vi a alguien que había crecido, que estaba lejos, muy lejos del
               muchacho enclenque vestido de negro y sumido en su habitación. La imagen
               desapareció, miré sonriendo los callos de mis manos y seguí pelando la naranja
               para darle la mitad a Sita que se olvida de tomar algo por estar anotando lo que
               ocurre. Me pareció escuchar un rugido a lo lejos. Pero no dije nada. Seguro era
               mi imaginación.


               La expedición volvía a ponerse en movimiento. Me di vuelta, pensando haber
               escuchado algo detrás mío. Nada. Algo así como pasos rápidos y ligeros.
               Caminamos un largo rato. La selva se hizo más cerrada y realmente había que
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