Page 61 - Sentido contrario en la selva
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caminar muy cerca de quien estuviera adelante para no perderlo de vista entre la

               maleza. Me esforzaba en seguir el paso, pero dos o tres veces volteé sintiendo
               que algo o alguien nos seguía. Me imaginé al jaguar caminando detrás de
               nosotros; pensé que eso no era posible, pero mi corazón aumentó su ritmo; pensé
               en avisar a los demás y vislumbré las burlas que me harían si les dijera; imaginé
               al jaguar, muerto de risa, caminando sobre nuestras huellas, siguiéndonos el
               rastro, dispuesto a tomarnos una fotografía para que después le creyeran sus
               compadres felinos. Me dije de nuevo que había visto demasiadas caricaturas en
               mi vida. Cuando nos detuvimos otra vez, le dije a Sita que iba a ir unos pasos
               hacia atrás para ver si había algo siguiéndonos. Por supuesto se alarmó, pero el
               silencio que debíamos guardar me permitió hacer una señal tranquilizadora y
               alejarme un poco. En cuanto uno se movía de lugar, la vegetación parecía volver
               a su sitio y cerrarse alrededor. No veía nada más que verde y más verde y, sin
               saber por qué, alcé la voz y pregunté:


               —¿Quién?


               Me puse rojo ahí en medio de las hierbas y lejos de las miradas de los demás. Me
               insulté por mi pregunta tonta, como si la hiciera detrás de una puerta que
               hubiesen tocado. Mi madre, mi abuela, mi tía siempre me dijeron que preguntara
               “¿quién?” antes de abrir la puerta. La abuela decía que a los chicos había que
               amaestrarlos para que dijeran “gracias”, “con permiso” y otras monerías que
               facilitan la vida. Maldije mi educación o mi condicionamiento. El caso es que
               estando a la mitad de la selva, se me ocurre preguntar como un tarado bien
               entrenado “¿quién?”, y más turulato quedé cuando se abren la hierbas y se asoma

               un pequeño hombre vestido de blanco, pelo largo negro y dice:

               —Yo.


               Asombradísimo me acerqué a él muchísimo, pensando que pudiera ser una
               visión o una alucinación de mi mente televisiva, pero no, era un hombre real.


               —C´ayum —dijo y avanzó entre la maleza hacia donde estaban los demás
               descansando.


               Hubo exclamaciones entre murmullos. Finalmente nos había encontrado nuestro
               guía lacandón. Dijo que nos habíamos desviado y que no acampamos donde se
               había acordado. Los hombres de los perros estaban sorprendidos pero trataban de
               disimularlo o así me lo pareció. Ricardo habló con él, a solas, durante un largo
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