Page 66 - Sentido contrario en la selva
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Recordé lo que había leído en aquella exposición: el veneno de la nauyaca es

               mortal, paraliza a la presa y licua la sangre; por si fuera poco, actúa de manera
               muy rápida.

               Seguimos nuestro camino, mientras C´ayum iba mostrándome algunas cosas.

               Los palos de zapote, uch´, unos arbustitos que en mi vida había visto, con frutas
               rojas y amarillas, ya´x ox, que sirven para hacer atole. Señaló unas huellas en
               una parte lodosa y pronunció algo impronunciable. Como me vio la cara de
               interrogación, riendo dijo:


               —Tapir, caballo de la selva… bueno para hacer tamales —y como viera mi cara
               aún más asombrada, añadió—: Los que comiste en el campamento eran de
               lagarto.


               C´ayum no vio el gesto que hice. O sea, pensé para mis adentros, que aquella
               comida exquisita que mi mamá comía con cara de precaución y que yo devoré,
               eran tamales de lagarto. ¿¿¿¡¡¡¡!!!!??? ¿¿¿De lagarto???


               Unos pasos más adelante, volteé para enfrentar a C´ayum:

               —¿De lagarto…? —pregunté con un tono de esperanza de haber oído mal.


               —Sí. Toroc, se llama en lacandón. Basilisco, le llaman ustedes. Yo llevé a
               Carmita toroc para que lo cocinara.


               Como viera mi cara de sorpresa e incredulidad, agregó:


               —No mentira, lo que te digo, no mentira.


               Así que es verdad, pensé tragando saliva. Basilisco. Recordé a mi abuela, que
               cuando yo hacía una travesura, ella avisaba que se iba a poner como una
               basilisco, es decir, según lo que yo entendía, una especie de dragón, con
               escamas, ojos rojos y que tiraba fuego por la boca. La verdad, la abuela daba un
               poco de miedo cuando se enojaba, como ese día en que, disfrazado de hombre
               araña —hace como mil años—, descubrí que el hilo del suéter que tejía la abuela
               era excelente para construir una enorme tela de araña. Si le salió fuego hasta por

               los ojos. Basilisco. Traté de imaginar la cara de mi abuela cuando le contara la
               historia de los tamales. Le va a costar trabajo creerlo. Sita dice que ella es
               crédula para compensar lo incrédula que es su madre. Siguiendo esa regla,
               entonces, a mí me tocaría ser descreído. Tendré que ensayar.
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