Page 70 - Sentido contrario en la selva
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—Claudia —dije yo con una voz que no me conocía.


               —Claudia —repitió Ricardo.


               —Cla´u´día —aseguró C´ayum.


               Pude acercarme para tocarla, para sentir el peso de sus patas, el dibujo de sus
               manchas. Era el momento más importante de nuestra expedición, yo lo sabía, sin
               embargo, no podía pensar en el jaguar, en el presente. Todo mi pensamiento
               estaba volcado en Claudia. En la cascada, en sus labios, en lo que me dijo ahí y
               que no lograba recordar, en sentir su presencia como si estuviera ahí, en
               imaginarme que miraba yo con sus ojos. Mientras, Norma y Emilio extraían
               unos calmoyotes de las patas del jaguar, ese gusano que se le mete por la piel a

               los animales de la selva; al tiempo que Ricardo aseguraba el collar con el
               microchip, C´ayum recitaba unas palabras en el oído del jaguar. Los hombres de
               los perros estaban lejísimos, algo había desorientado a los canes, quizá corrieron
               detrás de algún otro animal y ellos intentaban recuperarlos.


               Todo esto lo puedo contar porque después leí las notas de Sita. Así que sé que
               Ricardo tuvo que limpiarse los ojos, probablemente de la emoción de tener al
               tesoro dormido frente a él; que Emilio y Norma tuvieron que trabajar aprisa
               porque los gusanos habían avanzado mucho bajo la piel, que C´ayum se reía
               porque los perros se escuchaban cada vez más lejos, y aseguraba que había
               sembrado pistas para desorientarlos. Sé que Sita había llorado cuando tocó la
               piel tibia del jaguar, sé que escribió que Nicolás parecía estar en otra parte, sé
               que sanaron las patas del animal, le pusieron un vendaje con antibióticos, sé que
               Norma tomó medidas de todo el cuerpo del animal; Ricardo, fotos de su piel y de
               su cabeza para identificarlo más adelante. Las manchas de la piel del jaguar son
               como nuestras huellas digitales, no hay dos iguales. Sé que todos se inclinaron
               sobre ella, sobre la Claudia de la selva, para desearle larga vida y toda clase de
               cosas buenas. Sé que en el momento en que ella empezaba a despertar con
               ligeros signos en sus ojos y en sus patas, nos empezamos a alejar y yo volví a
               percatarme de dónde estaba cuando el jaguar empezó a dar sus primeros pasos

               para alejarse.
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