Page 69 - Sentido contrario en la selva
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ambos. Parecía que sus ojos me miraran sin desconfianza, simplemente con el

               asombro que da cuando uno ve a un animal de una especie desconocida. Su
               mirada era tranquila, el resto de su cuerpo estaba en una perfecta tensión, listo
               para brincar y seguir corriendo. Me pareció escuchar —escuchar no es la palabra
               —, quizás recibir, sí, recibir un mensaje. Pero inmediatamente descarté la idea;
               demasiadas películas fantásticas, demasiadas caricaturas japonesas, demasiada
               mamá lectora de cuentos. Por un movimiento de las orejas del jaguar me di
               cuenta de que alguien se acercaba al lugar donde estábamos. Sita se asomó entre
               las hierbas; le hice un signo de silencio y le mostré la rama donde estaba nuestro
               jaguar. Sigilosamente se apresuró en ir a señalarle a los demás el lugar del
               tesoro. Así sentí: ese animal era un tesoro, un tesoro con patas veloces, sabio y
               desconfiado.


               Emilio apareció tan sigilosamente que no vi que el jaguar hiciera el mínimo
               movimiento, seguía con los ojos fijos en mí.


               —Agáchate, Nicolás —murmuró Emilio.


               Se oyó un disparo que alertó al jaguar antes de que el dardo se le clavara en el
               muslo. Ya corría por las ramas, ya tropezaba, ya se volvía hacia su posterior,
               seguramente sorprendido de que algo le doliera, desorientado por primera vez en
               su vida, sintiendo un sueño extraño recorrerle las venas. Aun así caminó bastante
               nuestro jaguar. Todo el equipo lo siguió, Ricardo con la cámara, Norma con un
               enorme botiquín, Emilio con el collar, yo con el corazón más lleno que nunca,
               Sita con la memoria abierta para contar hasta el último detalle de cómo
               ocurrieron las cosas.


               Se detuvo en una rama baja, dejó que nos acercáramos, bajó al suelo levantando
               mucho las patas como si se cuidara de no hacer ruido al pisar las hojas y
               finalmente se recostó.


               —Ya —dijo Norma.


               Y abriendo su botiquín empezó a medirlo, a tomar notas, a examinarle las patas,
               el vientre. El jaguar hizo un movimiento con las patas y Norma se levantó de un
               brinco, y todos dimos un paso para atrás; pero estaba ya dormido.


               —Es hembra —señaló en voz baja. Mirando a Ricardo preguntó:


               —¿Cómo se llamará?
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