Page 72 - Sentido contrario en la selva
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jugar con él videojuegos porque se distraía, no quise ir los viernes a su casa
porque se la pasaba marcando a casa de Anamari. El día que la besó, me contó la
historia doscientas veces. Me alejé de mi amigo y ahora daría lo que fuera por
poder contarle de Claudia.
En mis recorridos llegué a la pista donde estaba Filomena, cuando estaba
cayendo la tarde. Había unas camionetas cerca de la pista y unos hombres
descargaban algo de una de ellas.
Me acerqué pensando encontrar a Pedro y ayudarle. El viento soplaba hacia mí y
alcancé a escuchar fragmentos de lo que decían. La voz de Pedro se escuchaba
claramente molesta.
—Les dije… que hasta dentro de dos días… ahora qué hago, dónde las meto…
no se pueden esconder así nomás…
No sé bien por qué decidí agacharme detrás de las ruedas de Filomena. Me sentí
incómodo por hacerlo, incómodo de que vieran que me alejaba del lugar y que
me preguntaran qué hacía yo ahí. No había escuchado a Pedro enojado. Siempre
parecía estar bromeando y de buen humor. Esta vez no.
—¿Dónde está el patrón?… ni crean que les voy a pagar a ustedes… No
(palabrota), no, los bultos no se pueden quedar dentro de la avioneta, se mueren
(palabrota)… pa´qué… pa´que me agarren a mí, no… Pónganlas detrás de esos
árboles, todas juntas y amarradas, ¿me oyeron? (palabrota)…
Los hombres continuaron descargando y llevando unos bultos detrás de unos
árboles. Pedro se quitaba el sombrero, se rascaba la cabeza y se lo volvía a
poner.
Se escuchó un ruido de motor que se acercaba al lugar donde estábamos. Una
camioneta negra con vidrios oscuros se acercaba a gran velocidad. Frenó
rechinando, quedando casi frente a frente con Filomena.
Se bajaron dos hombres que venían en la parte de atrás. El conductor abrió su
portezuela, pero el otro pasajero no se movió.
—Don Pedro… —dijo uno de los hombres— aquí el patrón que viene a checar si
le entregaron bien.