Page 76 - Sentido contrario en la selva
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Donde se planea una fiesta, se disipa una parte del

               misterio, y me entero de que el horario de los espías y de

               los enamorados es el mismo…






               LA SELVA, POR LA MAÑANA, es como un concierto de esos que empiezan
               quedito y acaban en un fortissimo. Este terminajo me lo enseñó mi abuela que es

               una melómana —otra palabreja de las que ella me enseña— que quiere decir que
               es adicta a la música. Yo, de vez en cuando y según a quién, digo que mi abuela
               es adicta. Nada más no digo a qué. Bueno, la mañana en la selva empieza con
               poca luz, con algunos sonidos, un trasfondo de agua, unos cuantos insectos y
               crujidos suaves que aumentan hasta que el sol deja recortada la sombra de las
               ramas en el piso. Puedes sentir sobre tu piel, aunque estés debajo de un árbol, el
               pedacito donde te cubre la sombra y donde te quema el sol. El sonido de los
               pájaros se intensifica hasta que se hace un escándalo. Después no sé si
               desaparecen los sonidos, disminuyen o simplemente te acostumbras a ellos.


               Me levanté en la penumbra. Crucé el campamento, la palapa, caminé hasta la
               pista y me dirigí hacia los árboles donde habían almacenado esos bultos que vi la
               noche anterior.


               Ese día llegaría Claudia, al menos eso habían mencionado al respecto unos guías
               que se acercaron ayer. Quisiera decir que atravesé la pista y llegué a los árboles,
               con una tranquilidad y valentía de Indiana Jones, que no se me notaba el miedo,
               ni la ansiedad, pero la verdad es otra. Tenía el corazón en la garganta, lugar
               incomodísimo porque estorba para tragar; tenía ganas de ir al baño, pero el de mi
               casa, y meterme después en mi cama con un cómic, como los días en que me

               “enfermaba” del estómago para no ir a la escuela. Pero algo debe haber tenido
               que ver la idea de que Claudia llegaría pronto con que yo me aventurara de esa
               manera. Había poca luz cuando llegué al sitio donde estaba el montón de bultos,
               costales amarrados en la parte de arriba, pesados, muy pesados. La cuerda que
               cerraba el paquete estaba apretada con mucha fuerza, pero el nudo no era
               complicado. Si me tardé no es tanto por lo duro que estaba, sino por la poca luz
               que había. Cuando lo logré, me sorprendí, al abrir la lona, de encontrar las hojas
               de una palma, esas que son como manos, como estrella de cinco puntas, de hojas
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