Page 73 - Sentido contrario en la selva

—Quedamos que en dos días, ¿ahora qué hago con el pedido escondido entre los

árboles? —dijo Pedro molesto.

El conductor se bajó.

—Don Pedro —dijo el hombre en voz baja— ¿algún problema?

—Quedamos que traerían el pedido el miércoles —repitió, pero menos alterado,
casi mansito.

Desconocí a Pedro; esa voz no tenía nada que ver con el Pedro que yo conocía,
con el que reía a carcajadas, con el que piropeaba muchachas.

El pasajero de la camioneta se bajó. Era un hombre rubio que llevaba sombrero.
Inmediatamente, los demás se colocaron tras él.

—Pedrito —dijo con un suave acento extranjero— Pedrito, no es cuando tú
quieras, es cuando se puede…

—Don Rodolfo, hay mucha gente en las cabañas, no puedo cargar el pedido,
todavía tengo que ir a Comitán…

—Ah, Pedrito, ya te dije que no es cuando tú lo ordenes, sino cuando toca.
Ahora es cuando mis hombres pudieron sacar todos los bultos. Por cierto —se
endureció la voz del hombre— ¿traes mi pedido?

—Sí —respondió Pedro sin moverse.

—¿Pues qué esperas para dármelo?

Pedro no se movió. El hombre se acercó acomodándose el sombrero, mientras

que sus acompañantes se ponían a su flanco con la mano en la cadera. Pude ver,
ahí desde mi escondite, detrás de la rueda de Filomena, que lo que mostraban en
la cintura eran unas pistolas de un tamaño considerable. Pedro seguía sin
moverse. El hombre rubio dio otro paso hacia adelante. Pensé al mismo tiempo
en gritar, correr o aventarles piedras —que no había por ahí.

—Le mandaron su pedido —soltó finalmente Pedro, subiendo a la avioneta.

Los hombres parecieron relajarse. Pero no quitaron las manos de la cadera.