Page 68 - Sentido contrario en la selva
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Donde ocurren cosas extraordinarias sin exagerar…
LO QUE PASÓ DESPUÉS fue tan rápido que tratar de contarlo es como ver una
película en cámara lenta. La fila india en la que íbamos empezó a moverse
deprisa, es decir, yo veía la espalda de Sita corriendo entre las ramas y sentí a C
´ayum rebasarme para alcanzar la cabeza de la expedición. Escuché ladridos
furiosos, algunas voces y después un silencio desconcertante, un silencio espeso,
como una cortina pesada, como un algodón enorme que hubiera invadido la
selva. Hasta ese momento me di cuenta de que la selva nunca había estado
realmente en silencio; un montón de sonidos entretejidos nos habían
acompañado todo el tiempo, sin que mis oídos prestaran atención. Ahora, en esta
selva callada, sabía que algo estaba ocurriendo. Seguíamos avanzando
rápidamente, cuando C´ayum regresó sobre sus pasos, mirando el suelo y
levantando la cabeza alternadamente, dio media vuelta, giró sobre sí mismo y
desapareció de nuevo. Los perros parecían haberse alejado muchísimo y en la
distancia no se alcanzaba a distinguir si eran ladridos o gemidos. Pensé en lo que
habían contado del jaguar defendiéndose de los canes. Pero de alguna manera
sabía que no era eso lo que estaba pasando. Quizá todos se habían alejado
porque no escuchaba ni las voces ni los pasos sobre las hojas.
De pronto, mis ojos fueron llamados hacia unas ramas, allá en lo alto, de donde
colgaba una enorme bromelia, una de esas plantas que crecen alimentándose de
los árboles. Esta bromelia estaba floreando, de manera que se veía claramente
una mancha roja entre las capas de hojas de los distintos árboles. La flor roja me
traía un recuerdo que se me escapaba. Como si me dijera algo que no podía
escuchar. Una flor roja en una rama, como si fuera una señal, una marca… un
pañuelo. Mis ojos se deslizaron por la rama, entre las hojas y las manchas de luz
que se colaban desde mucho más arriba. Creí que el silencio se había llenado de
los latidos de mi corazón. O de otro corazón. Entre las manchas de luz estaba
agazapada sobre la rama otra mancha precisa, oro con negro, y unos ojos que no
me perdían de vista, ni a mí, ni al más veloz de mis pensamientos. “Aquí está”,
pensó una voz en mi interior queriendo avisar a los demás. “Aquí estamos”, se
escuchó claramente sin producir sonido alguno.
Nos habíamos encontrado el jaguar y yo. Él arriba y yo abajo, sorprendidos