Page 71 - Sentido contrario en la selva
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Donde pasan cosas raras, sospechosas y extrañas…
LAS CAMAS CON MOSQUITEROS de Lacanjá me parecieron celestiales,
como si los colchones fueran de plumas. Dicen que dormí veinte horas seguidas.
Yo creo que exageran. Lo que es cierto es que caminamos un montón para
regresar a las cabañas, que estábamos casi en la frontera con otro estado cuando
encontramos al jaguar; la otra verdad es que Claudia, la Claudia que me besó, no
iba a regresar hasta dentro de un par de días, así que yo podía dormir tranquilo.
Dicen que dormí, devoré y volví a dormir.
Cuando desperté, el equipo organizaba su trabajo, rollos fotográficos, notas, y
enviaba claves por un teléfono satelital anunciando el funcionamiento del collar
del jaguar. Varias organizaciones estaban pendientes de este viaje al corazón de
la selva.
Pedro Avante reapareció con víveres para los pocos días que nos quedaban ahí.
Cuando escuché que dentro de poco nos iríamos, se me hizo un nudo en la
garganta, pensando en Claudia y en nuestra despedida. Don Tomás de Pablos
debía haber encontrado algo en Yaxchilán, porque su expedición estaba tardando
más de lo previsto.
Me acordé de cuando era chico y esperaba el día de mi cumpleaños, contando las
horas, los minutos, y mientras más cálculos hacía más tardaba en llegar el
momento anhelado. Ahora no sabía qué hacer con el tiempo que faltaba para que
llegara Claudia. Tampoco sabía qué hacer con el tiempo que nos quedaba para
estar juntos. Daba vueltas por el campamento, recorrí todos los senderos que lo
rodeaban, me asomé a las sillas de los tucanes, a la poza, al muelle donde se
sentó a remojar sus pies, caminé frente a su cabaña, de puntitas, como si ella
estuviera y no quisiera despertarla. Me acordé de mi amigo Diego, pobre Diego,
que enamorado de Anamari recorría exactamente el mismo camino que ella para
“respirar el mismo aire”. Yo, en ese tiempo, me reía, me burlaba de él y me
preocupaba seriamente por su salud mental. Pensaba que me habían cambiado a
mi amigo, que algún alienígena le había chupado el cerebro con un popote y me
habían devuelto a un bobo simplón que sólo podía hablar de su amada. Ahora
entiendo. Pobre Diego, le bostezaba yo cada vez que hablaba de ella, dejé de