Page 124 - Diario de guerra del coronel Mejía
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Viernes 31 de julio de 1942






               Pisamos territorio enemigo. Gracias a nuestra astucia pudimos colarnos detrás de
               las líneas enemigas. Ahora tenemos pleno conocimiento del tamaño y las fuerzas
               del ejército invasor. Pudimos incluso entablar un diálogo con él procurando
               hacerle entender que lo mejor es que se rindiera, y así evitar un inútil
               derramamiento de sangre japonesa, pero se negó a esto. Así que la guerra sigue.


               También pudimos conocer el carácter del enemigo. Y fue fácil notar que es el
               mismo que el de un loco (como Hitler, por ejemplo). Se ve que con gran placer
               nos metería una bala en la cabeza.


               Como sea, hay que tener en cuenta que cuando abandonamos su campamento no
               violó ninguno de los tratados internacionales, pues hubiera podido tendernos una
               emboscada o dispararnos por la espalda y no lo hizo. Así que tendremos en
               cuenta esto la próxima vez, cuando entablemos batalla con él.






               El jueves siguiente no hicimos nuestro patrullaje acostrumbrado. El Coronel
               prefirió pensar en un buen disfraz para permanecer en nuestro puesto de
               vigilancia frente al cuartel enemigo sin ser descubiertos. Estuvimos ideando
               disfraces de árboles y hasta de perros sin tener éxito con ninguno. Al final nos
               dimos cuenta de que el mejor disfraz sería el de niño pobre, porque nadie

               cuestiona que un niño pobre se siente en cualquier esquina de la ciudad.
               Sacamos el peor pantalón y la camisa más vieja del Coronel y los ensuciamos
               todo lo que pudimos. Luego, también le echamos tierra de una maceta a la cara
               del Coronel. El disfraz hubiera sido un gran éxito, si no fuera porque en el
               momento en que lo probábamos frente al espejo llegó la Generala a la casa.


               —¡Jesús, María y José! ¡Pero qué te pasa, Alfonso! Ahora sí perdiste el seso.


               —Es un disfraz, mamá. Se llama camuflaje.

               —¡Y un cuerno! ¡Te metes a bañar ahorita mismo!
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