Page 126 - Diario de guerra del coronel Mejía
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El Coronel no supo qué hacer. Le daba vergüenza, pero no quería causar la ira
del enemigo. Así que se quitó las botas, y me dijo que yo también lo hiciera.
Luego, apoyó su rifle detrás de los zapatos. Apareció entonces Bola de Arroz,
también en calcetines.
—Ryoji —dijo la señora—, éste es Alfonso. Viene a jugar contigo.
Bola de Arroz no dijo nada y volvió a su habitación. La señora nos hizo un gesto
para que lo siguiéramos.
Entramos al centro de operaciones del enemigo. El Coronel me ordenó que
hiciera nota mental de todo lo que viera para saber a qué atenernos en caso de
una conflagración. Bola de Arroz coleccionaba caballos de todo tipo: grandes,
chicos, de madera, de pasta, de metal; en cuatro patas, en dos patas, blancos,
negros. También tenía varios carteles con signos raros. Su cama era muy simple
y estaba a ras de suelo. Luego, había un aparato del que ya habíamos oído hablar,
pero nunca habíamos visto uno así de cerca. Lo tocamos con curiosidad.
—Es una televisión —dijo Bola de Arroz.
—¿Hablas español? —preguntó a su vez el Coronel.
—Claro.
—Pero eres japonés, ¿o no?
—Sí.
—A ver, di algo en japonés.
—¡Bakayaro!
El Coronel prefirió no enterarse de lo que había dicho Bola de Arroz porque
sonaba bastante feo. Y además una gran sonrisa se dibujaba en la cara de su
enemigo.
—¿Sirve tu televisión?
—Sí sirve, pero aquí en México no se ve nada.