Page 128 - Diario de guerra del coronel Mejía
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entre niños, a pesar de lo que muchos creen, la amistad no germina como por

               arte de magia. Y menos cuando los ideales patrios están tan inflamados.

               En ese momento notamos que sobre una mesita se encontraba un tablero de
               ajedrez magnífico, de piezas blancas y negras muy reluciente; tal vez de mármol

               y obsidiana, sobre una brillante superficie de madera barnizada.

               —¿Sabes jugar ajedrez? —preguntó Bola de Arroz, incorporándose.


               —Claro —mintió el Coronel, tomando uno de los caballos. Se le había ocurrido
               que faltaba un caballo como ése en la colección de Bola de Arroz, pero no dijo
               nada.


               —Podemos jugar una partida.


               —No tengo ganas. Y ya tengo que irme —respondió el Coronel.


               —Como quieras.


               Bola de Arroz regresó a su historieta y el Coronel salió de la habitación. Se puso
               las botas y se colgó el rifle. La señora Matsui apenas alcanzó a preguntar si no
               queríamos quedarnos a oír la hora de Cri-Cri con ellos. Pero no le llegó ninguna
               respuesta, puesto que nosotros ya estábamos bajando de dos en dos por las
               escaleras para volver a la calle, a territorio neutral.
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