Page 146 - Diario de guerra del coronel Mejía
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Coronel sangraba de una mejilla y apretaba una mano contra ésta para parar la

               sangre.

               A lo mejor ni siquiera era malicia, porque los niños son así. O a lo mejor no; la
               verdad es que quién sabe.


               Tavo recogió el rifle del suelo y, súbitamente satisfecho, se echó a correr con él
               por la calle, riendo a carcajadas. Los otros lo siguieron, envidiosos del nuevo
               juguete adquirido. Sólo quedamos en la rotonda el Coronel, Bola de Arroz y yo.


               El Coronel se puso en pie. La sangre ya había parado. En realidad sólo había
               sido un rozón, pero la sangre impresiona, y más la propia. El Coronel comenzó a
               llorar; quedito primero, luego, fuerte. Y sus lágrimas escurrieron largamente por

               toda su mejilla lastimada.

               Bola de Arroz miró por un rato al Coronel sin hacer ni decir nada. Luego, se
               encaminó hacia su casa arrastrando los pies. Yo también hubiera querido no estar

               ahí mirando al Coronel llorar, pero era inevitable. La tristeza del Coronel se
               podía palpar de tan real que era. Y yo hubiera querido, palabra de soldado, no
               estar ahí.


               Cuando volvimos a la casa, todavía le esperaba un buen regaño de la Generala.

               —¡Pero mira, Alfonso! ¡Te lo estoy dice y dice! ¿A que fue con el mugroso rifle
               ese? ¡A que sí! ¡Pero eres incapaz de hacerme caso, chamaco!


               El Coronel siguió llorando hasta que su mamá lo curó y le puso una venda en el
               cachete. Siguió llorando hasta que merendó. Siguió llorando hasta que su padre

               llegó de trabajar y lo consoló un poco. Siguió llorando hasta que escribió en su
               diario lo acontecido. Siguió llorando hasta que lo rindió el cansancio con la
               mejilla sana puesta sobre la almohada.


               Y hasta entonces dejó de llorar. Porque en su último sueño, el de la noche
               anterior, se encontraba en una fiesta con muchos niños vestidos con pieles de
               animales alrededor de una fogata. Su líder, un muchacho de orejas puntiagudas,
               les estaba enseñando a cacarear como un gallo. Y el Coronel quería volver a esa
               misma fiesta para mostrarle al líder lo que había aprendido después de mucho
               practicar.
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