Page 149 - Diario de guerra del coronel Mejía
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Martes 11 de agosto de 1942






               Fui suspendido de la escuela por una semana. Es mal ejemplo para la tropa, lo
               sé. Y estoy arrepentido. Pero también creo que volvería a hacer lo que hice si me
               viera otra vez en la misma situación. Es un extraño sentimiento. He pensado
               mucho en eso del “dictado de mi conciencia”.


               El cabo Ipana me ha confesado que ya está harto de esta horrible guerra. Creo
               que yo también.






               A la mañana siguiente, el Coronel todavía sentía una tristeza tan grande que lo
               tenía todo apachurrado. Se vistió de mala gana, se peinó de mala gana y hasta
               desayunó de mala gana. Ya en la escuela, la señorita Guadalupe lo regañó en
               varias ocasiones por sorprenderlo distraído, lo que provocó la risa de todos sus
               compañeros. Todos excepto Sofi Fuentes. Pero el Coronel estaba tan
               apachurrado —y tan distraído— que no lo notó.


               Cuando sonó la campana de inicio del recreo, el Coronel todavía se encontraba
               muy desanimado, tanto que ni siquiera hablaba conmigo o reparaba en mi
               presencia. Fue en ese momento cuando supe que mis días estaban contados.
               Porque el Coronel, por primera vez en mucho tiempo, se sintió verdaderamente
               solo. Y su sentimiento era tan real que hubiera podido palparse.


               Caminó a lo largo del patio y se sentó en una orilla. Todos los niños jugaban y
               correteaban, excepto él. Todos reían, gritaban, saltaban, excepto él. También
               Estrada y Orrantia. Y Moreno. Y el Coronel sintió un gran coraje revuelto con

               una gran desolación. Porque por un breve instante estuvo seguro de que, si los
               alemanes invadían México en ese momento y él moría defendiendo su escuela, a
               nadie le importaría un bledo su heroica hazaña. Buscó a Sofi Fuentes con la
               mirada pero no la encontró por ningún lado. Y su desolación creció al doble. Y
               luego, al triple.


               Por supuesto, era imposible que supiera que en ese momento, Sofi Fuentes se
               encontraba en el salón escribiendo una carta. Una carta para él, rodeada de
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