Page 152 - Diario de guerra del coronel Mejía
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—A lo mejor —dijo el Coronel con una voz que no parecía la suya—. Pero a lo

               mejor… tampoco es tan malo rendirse, cabo.

               Ésa, lo recuerdo bien, fue la última vez que me habló.


               Y desde entonces, ya nada volvió a ser igual.


               El Coronel se fue a recargar a un cañón con los brazos cruzados sin quitarle la
               vista de encima a Bola de Arroz, quien también fue a recargarse a otro cañón.
               Sacó el enemigo una revista de entre sus ropas y se puso a leer sin hacer caso del
               Coronel; sólo levantaba la vista de cuando en cuando.


               El Coronel se puso a hojear su diario, su libro de estrategias. No sabía qué estaba
               esperando. O aun, si estaba esperando algo. Tal vez lo mejor sería iniciar la
               retirada; tal vez, un ataque. Por otro lado, tampoco sabía qué estaba esperando
               Bola de Arroz, con esa sombra terrible metida en los ojos y la gran arma que
               portaba; con esa impasible serenidad a la distancia.


               No lo supo hasta unos minutos después, cuando ya era demasiado tarde para no
               entender que toda guerra debe llegar a su fin algún día.


               —¿Por qué no volaste ayer, Dumbo? ¡Nos dejaste esperando!


               Estrada le apuntaba con el rifle que le habían birlado dos días antes. Estrada y
               los demás. Era demasiado tarde para no darse cuenta de que las cosas no podían
               ir más lejos, que todo tenía que llegar a una resolución, buena o mala.


               —No me llamo Dumbo. Me llamo Alfonso —dijo el Coronel, sin ira y sin
               miedo. Acaso por primera vez en su vida.


               —¿Y si te saco sangre otra vez, Dumbo? —machacó Estrada, apuntándole a la
               herida de la mejilla con el rifle.


               Lo que ocurrió después quedaría para siempre grabado en la memoria de todos
               los que nos encontrábamos ahí, porque a todos nos marcó para siempre.


               Con una rapidez insólita, Bola de Arroz corrió desde el cañón hacia donde el
               Coronel estaba siendo atacado.


               —Oye, chino, ¿a ti quién te llamó? —lo increpó Estrada.
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