Page 164 - Diario de guerra del coronel Mejía
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Y se decidió por ser actor.


               El tío Manolo celebró esta decisión con la misma banda de payasos (ahora un
               poco más viejos) que llevara a su cumpleaños número diez. Y acompañaría y
               aconsejaría a su sobrino en su profesión hasta el día de su propia muerte, en

               1964.

               El Coronel se transformaría entonces en Jorge Ipana. Porque siempre le había
               gustado ese nombre y, al final, había decidido utilizarlo como nombre artístico.


               Así que el Coronel soy yo. Y yo… soy el Coronel.


               Y por eso te puedo contar, con gran satisfacción, que Sofía Fuentes Mazotti
               aceptó, frente al padre Héctor, en la iglesia de San Pedrito, una tarde de 1960,
               por siempre y para siempre, que yo la protegiera, no sólo como a una enfermera
               sino también como algo más.


               Y también por eso puedo contar que Estrada, Tavo y todos los demás con los que
               alguna vez fui al cine o a remar a Chapultepec, crecieron a su vez. Y con los
               años volvimos a ser buenos compañeros. Así que a lo mejor no era malicia,
               porque los niños son así. O a lo mejor no. La verdad es que quién sabe.


               Y también por eso puedo afirmar que todas las guerras son una estupidez. Todas
               absolutamente. Porque al final nadie gana y, en cambio, todos perdemos. Lo
               comprobé el verano del 45, cuando vi llorar durante semanas a la señora Matsui

               por las bombas atómicas que arrojaron sobre su país. Lo comprobé también
               cuando vi las fotos de Auschwitz y todos sus horrores. Lo compruebo todos los
               días cuando veo las noticias y lo que los gobiernos poderosos le están haciendo
               al mundo.


               Pero también por eso puedo contarte que siempre, frente a un tablero de ajedrez,
               es que me asaltan todos estos recuerdos. Ahora que tengo exactamente setenta y
               cuatro años y estoy cada día más cerca del adiós definitivo a la infancia y al
               coronel Mejía. Porque casi siempre es mi mejor amigo, Ryoji Matsui, de setenta
               y cuatro años también, quien se encuentra del otro lado del tablero, tratando de
               vencerme con su ejército bien alineado, tratando de aplicar su mejor estrategia,
               tratando de acabar con su enemigo.
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