Page 162 - Diario de guerra del coronel Mejía
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Decía que tal vez la mejor manera de iniciar este relato hubiera sido: “Muchos
años después, frente al pelotón de fusilamiento…” y etcétera. Que es como
empieza mi novela favorita, Cien años de soledad. Aunque en realidad, siendo
honestos, el mejor modo de empezar habría sido éste: “Muchos años después,
frente a un tablero de ajedrez, el coronel Alfonso Mejía había de recordar aquella
tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el enorme valor de la paz.”
Porque, en efecto, era siempre frente a un tablero de ajedrez cuando el Coronel
recordaba aquella tarde remota. Su padre caminando a su lado por la calle,
silbando sus óperas favoritas por Avenida Chapultepec, por Enrico Martínez,
hasta llegar a General Prim. La plática de hombre a hombre.
—¿Así que lo conociste en el parque de la Ciudadela, hijo?
—Sí, papá.
—¿Y cómo se llama?
—Ryoji. Y es japonés, pero también es mexicano.
—Es bueno tener amigos. Todos necesitamos amigos.
—Creo que tienes razón.
—Es increíble que en estos tiempos le resulte tan difícil a la gente, ¿no crees?
—¿Qué, papá?
—Hacerse de amigos. Ahora toda la gente prefiere optar por la violencia, por el
odio. Mira el mundo. Está hecho una porquería increíble. Todos matándose por
nada. Que si porque eres de una religión o eres de otra, que si de una raza o de
otra, que si de un país o de otro. Es increíble.
—Tienes razón, papá.
—Por eso me da gusto que hayas destruido tu rifle contra aquel cañón como me
contaste.
—A mí también, papá, la verdad.