Page 161 - Diario de guerra del coronel Mejía
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por ello no se le podía seguir tratando como siempre.
—Se fue, cuñado, se fue —dijo el tío Manolo al señor Mejía—. ¿No te das
cuenta?
—¿Se fue quién? —volvió a refunfuñar el papá del Coronel, que no quería dejar
su plato de mole a la mitad y odiaba ser contradicho.
—El niño —respondió el tío Manolo—. Ahora Poncho ya es un muchacho.
Lo dijo como si hubiera podido ver entrar y salir por la puerta la infancia del
Coronel. La señora Mejía se tuvo que cubrir el rostro con la servilleta. Era
demasiado pronto, tal vez. Pero así es la guerra, cambia a las personas. Y la
señora Mejía dedicó una pequeña lágrima al último día de la infancia del
Coronel.
—De acuerdo —asintió el señor Mejía, dando un gran sorbo a su vaso de agua y
separando su silla de la mesa—. Vamos, hijo.
El Coronel entró a su habitación y rompió en pedazos la hoja en la que tenía el
dibujo de Bola de Arroz. Luego, tomó su único obsequio de cumpleaños, el que
le diera su tío Manolo. Éste le regaló un último guiño de complicidad. Y
abandonó el Coronel su casa, de la mano de su padre.
Querido Poncho:
Quiero que seamos amigos de verdad porque siempre que estamos juntos estás
feliz y yo también. Dime si quieres o si no quieres pero ojalá que sí.
Con cariño, Sofía
P.D. Ah, y me gustaría también jugar a otra cosa que no fuera la guerra. A la
casita, si quieres. Si no quieres no, pero ojalá que sí.