Page 158 - Diario de guerra del coronel Mejía
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A las dos y media, por fin, como si se tratara de un carnaval, llegó el tío Manolo
con una corte de acompañantes como jamás nadie ha visto antes. Cinco payasos,
todos tocando diferentes instrumentos, caminaban detrás del tío que iba
enfundado en una gran capa y con un gran sombrero de pirata sobre la cabeza.
Entraron a la vecindad haciendo tal escándalo, que los niños del edificio entero
corrieron tras de ellos hasta llegar al departamento 3, donde cantaron “Las
mañanitas” al festejado. Luego, hicieron algunas rutinas de chistes y terminaron
yéndose del mismo modo en que llegaron, con gran algarabía y escoltados por
una gran turba de niños felices. Al final sólo quedaron en el departamento los
papás del festejado, el festejado, el tío Manolo y, por increíble que parezca, Sofi
Fuentes.
—Sofi, qué bueno que viniste —dijo la señora Mejía, dándole un beso de
bienvenida.
—No vine a la fiesta, señora —contestó la niña, que había seguido, como todos,
a los payasos, pero al final no había querido ir detrás de ellos hacia la calle.
—¿Ah, no?
—No. Vine nada más a darle una carta a Poncho.
Cualquier niña sabe que es muy difícil dar una carta a un niño, sobre todo
cuando es de cierta naturaleza romántica. Casi siempre se manda a una amiga
para que ayude con esto. Pero no Sofi Fuentes, no señor. ¡Había que ver su
valor!
Le dio la carta al Coronel y, luego, un abrazo por su cumpleaños. El Coronel se
puso rojo como un tomate.
—¿Cómo sigue tu primo? —preguntó entonces el tío Manolo a la niña, mientras
encendía un gran puro.
—Ya mejor, señor. Gracias.
El tío Manolo entonces guiñó un ojo al Coronel.
—Su primo Luis Orrantia —explicó—, se lastimó el otro día un tobillo. Y aquí
la señorita lo ayudó a caminar para todos lados, ¿verdad? Él se apoyaba en ella.