Page 159 - Diario de guerra del coronel Mejía
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—Cierto —confirmó Sofi Fuentes.
—Creo que de grande podrías ser una gran enfermera —dijo el tío Manolo—. O
hasta una gran doctora.
—Gracias —sonrió ella. Y salió corriendo de la fiesta que ni a fiesta llegaba.
El tío Manolo volvió a guiñarle un ojo al Coronel y se sentó frente al pastel para
darle una probada con un dedo. La señora Mejía le dio un pronto manotazo y lo
apartó de él. Ya daban las tres y cuarto y el almirante no llegaba. Por eso el tío
Manolo se apresuró a darle su regalo al Coronel, antes de que éste considerara
una buena idea empezar a ponerse triste.
—¡Anda! ¡Ábrelo! —lo urgió—. Yo lo hice con mis propias manos.
El Coronel, sonriente, rasgó la envoltura de la caja. Pero su emoción no duró por
mucho tiempo.
—¿Un caballo? ¿Un caballo? ¿Un caballo?
—A poco no me quedó fantástico —dijo el tío Manolo—. Yo lo tallé con mis
propias manos.
El Coronel no sabía ni qué hacer con tal regalo. Es cierto que, para haber sido
tallado por el tío, estaba bastante bien, pero tampoco parecía el juguete más
divertido ni el adorno más bonito. Entonces apareció, por la puerta, con su
precioso uniforme de marino, nada menos que…
—¡Salomón! —gritó la señora Mejía. Y corrió a darle un abrazo a su hermano el
almirante. Después de ella, el señor Mejía, el tío Manolo y, por fin, el Coronel.
—¡Poncho, mira qué grandote estás! —dijo el gallardo militar al levantarlo en
brazos. La fiesta, al fin, estaba completa. La señora ordenó que todos se sentaran
a la mesa para servir los suculentos platillos que había preparado.
—¿Cómo se ha comportado, Coronel? —preguntó al fin el almirante mientras se
echaba la servilleta al cuello para no mancharse. Llevaba un hambre feroz.
El Coronel se sintió un poco avergonzado. Días antes ardía en deseos de
presentarle su diario. Ahora no estaba tan seguro.