Page 18 - Diario de guerra del coronel Mejía
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Domingo 24 de mayo de 1942






               Siendo las diez horas con veinte minutos inicio mi bitácora de guerra porque a
               partir del viernes estamos en guerra. No es cuento. Dieron la noticia en el
               programa sinfónico que oye mi papá los sábados. Los alemanes hundieron varios
               buques petroleros mexicanos y, como nunca se disculparon con nosotros, el
               presidente Ávila Camacho les declaró la guerra. A ellos y a los italianos, y a los
               japoneses, que son sus aliados (pero se les llama “potencias del Eje”; “aliados”
               se les llama a los Estados Unidos y a Inglaterra y a todos los demás).


               Así que a partir de hoy estamos en guerra. Y también somos “aliados”.


               Eso quiere decir muchas cosas. Para empezar, que nosotros los mexicanos ahora
               somos enemigos de los italianos, de los alemanes y de los japoneses. También
               quiere decir que en cualquier momento pueden bombardear la Ciudad de
               México, o bien, que nos pueden invadir y quemar nuestros edificios y robarse a
               nuestras mujeres. También es posible que nos llamen a formar parte del Ejército

               a todos los hombres, incluyendo a los que tenemos apenas nueve años, para ir a
               pelear a Europa, África o a Hawaii (a mí me gustaría que me mandaran a
               Hawaii).


               Por eso he decidido, a partir de hoy, cargar para todos lados mi rifle, mi bitácora
               y el libro de estrategias que me regaló el almirante Salomón de la Peña. Mi rifle
               será para estar siempre listo por si se presenta algún enemigo y haya que darle
               batalla; mi bitácora, que es un cuaderno para apuntar todas mis acciones de
               guerra, y mi libro de estrategias para ver qué es lo que conviene hacer en caso de
               tener dudas.


               Mientras, he tenido mi primer percance de guerra. Mi señora madre no entiende
               la importancia de estos tiempos y no me dejó desayunar con mi rifle al hombro
               (en el Ejército ya la habrían fusilado, eso seguro).






               Vivíamos en la Ciudad de México, en Avenida Chapultepec número 37,
               departamento 3. El edificio era una vecindad de treinta y siete departamentos
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