Page 20 - Diario de guerra del coronel Mejía
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altercado con su famosísima fórmula: “Y un cuerno”.
Le quitó al Coronel el rifle de resortera y lo llevó a su cuarto. El señor Mejía
solamente asomó un ojo por encima de su periódico. Era incapaz de ponerse en
medio cuando su esposa regañaba al Coronel. Pero sí se atrevió a sonreírle, en
una sutil seña de amistad solidaria.
—¿Verdad, papá, que ahora somos enemigos de los alemanes y los japoneses y
los italianos?
El señor Mejía siempre fue una persona pacífica. Era bien sabido entre los
vecinos que, para resolver una discusión, podía matar de aburrimiento a su
oponente con argumentos de lo más variado antes que atreverse a usar los puños.
Su más famosa argumentación era aquélla en que se negó a pagar una entrada
completa en el cine porque llevaba un ojo parchado a causa de una irritación del
lagrimal. Al final, el hombre de la entrada se resignó a dejarlo pasar por la mitad
del boleto (dado que vería la función con un solo ojo), más cansado que
convencido. Hubo varios que hasta le aplaudieron cuando por fin logró entrar.
Por ello, el señor Mejía, el oficinista de la eterna sonrisa y los programas
sinfónicos en la radio, no era el más indicado para hablar de la guerra con el
Coronel. Pero en ese momento no había nadie más a la mano.
—Bueno… supongo que sí —respondió—. Pero Alemania y Japón están muy
lejos, así que no creo que debamos preocuparnos demasiado.
—Y también Italia, papá —añadió el Coronel.
—Sí, también. Muy lejos todos.
El Coronel no podía evitar imaginarse a sí mismo con un uniforme idéntico al de
su tío Salomón, el almirante. Sólo lo había visto tres veces en su vida porque
vivía en una base militar en Veracruz, pero las tres las recordaba vívidamente.
En la última, el almirante le había regalado su libro de estrategias, y le había
dicho que un buen soldado siempre está alerta.
—Mamá, no tienes nada de qué preocuparte; yo voy a estar siempre alerta en
contra de los enemigos.
—Come, Poncho —fue todo lo que dijo la señora Mejía, mirando el reloj de