Page 56 - Diario de guerra del coronel Mejía
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Domingo 21 de junio de 1942






               Fuimos a misa a San Pedrito y, para variar, el padre Héctor no me permitió pasar
               con mi rifle a la iglesia. Ya la otra vez le expliqué que el enemigo no descansa y
               que, en caso de querer entrar a la iglesia, sería bueno que alguno de los de
               adentro estuviera armado. Pero él me dijo que quería conocer al guapo que
               entrara con una pistola a la casa del Señor, fuera del país que fuera. Por eso le
               ordené al cabo Ipana que se quedara afuera a vigilar.


               Entonces, a la hora de la ofrenda, entró el cabo a la iglesia a reportarme que
               había visto a un hombre muy sospechoso que parecía alemán. Así que salí y me
               asomé. Efectivamente era un señor muy rubio. Y como no me sé otras palabras
               en alemán que los nombres de los músicos que le gustan a mi padre, los

               pronuncié en voz alta cuando pasó frente a nosotros. Él dijo algo que no puedo
               repetir aquí pero que nos demostró que era bien mexicano, aunque muy güero.

               Al volver a la iglesia, la Generala me dio un buen pescozón en la cabeza por

               haberme salido, pero yo sé que estaba cumpliendo con mi deber y por eso no me
               arrepiento.

               Luego, hablé con un espía por teléfono. Sé que es un espía porque asegura que

               me conoce y la verdad es que nunca me ha visto. Voy a estar alerta con ese
               individuo.





               Las misas eran en latín (que es una lengua que nadie habla ya) y muy solemnes.
               No había casi ninguna participación de la gente en la celebración. No había

               canciones como las de ahora. De hecho, el sacerdote oficiaba el rito de espaldas
               a la concurrencia. Las mujeres tenían que entrar al templo con la cabeza cubierta
               con un velo o una mantilla.


               El padre Héctor había visto crecer al Coronel, lo había bautizado y en breve lo
               prepararía para la primera comunión. Por eso no se iba a andar con cosas con él,
               por mucho que éste considerara que era su deber vigilar también la iglesia, así
               que le ordenó dejar su rifle recargado en la puerta. Entonces yo me tuve que
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