Page 58 - Diario de guerra del coronel Mejía
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nunca lo admitiría pero los payasos le daban miedo). Además, el Coronel sabía
que el tío Manolo se había peleado con el almirante Salomón por escoger la
carrera de las armas. Así que en nada podía alegrarle la noticia de que el famoso
tío Manolo estuviera de vuelta en el país.
En el telegrama venía un teléfono de Mérida, donde podía ser localizado el
recién llegado, así que la señora Mejía decidió no dejarlo para después.
—Poncho, acompáñame a hablarle a tu tío.
—¿Para qué? No quiero.
—Para que lo conozcas, aunque sea por la voz.
El Coronel no quiso esperar a que su madre le dijera “es una orden”, y por esa
razón la acompañamos.
El doctor Longoria prestaba a veces su teléfono a las familias de los alrededores
que no contaban con uno. En esos tiempos hacerse de una línea era muy caro y
la espera podía durar años.
La esposa del doctor nos abrió muy sonriente y nos hizo pasar a su gran casa. La
señora Mejía no cabía en sí del gozo y se le notaba. Al menos no obligaron al
Coronel a pasar sin su arma; eso sí que hubiera sido el colmo. En cuanto la
operadora comunicó a la señora con su hermano, a ésta se le llenaron los ojos de
lágrimas.
—¡Manolo! ¡Qué gusto!
Al parecer llevaba ocho años sin hablar con él. Era de esperarse tal reacción. Y
lo mismo era de esperarse que el Coronel no quisiera tomar el auricular.
—¡Ándale, Alfonso! ¡Habla con tu tío!
A regañadientes el Coronel tomó el aparato. Ya se esperaba también que le
hiciera las mismas preguntas que hacen todos los adultos: “¿Cuántos años
tienes? ¿Cómo va la escuela? ¿Te estás portando bien?”. Pero estaba visto que el
tío Manolo no era como todos los adultos.
—¡Poncho! ¡Qué bueno que me contestas! ¿Qué soñaste anoche?