Page 62 - Diario de guerra del coronel Mejía
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Miércoles 24 de junio de 1942






               Hoy ha sido un día muy bueno porque nuestras acciones de guerra han dejado
               fruto. No es que hayamos entrado en batalla, pero un civil nos mostró algo de
               agradecimiento y eso levanta el ánimo de toda la tropa. También el mío, palabra
               de soldado.


               Estábamos el cabo Ipana y yo haciendo nuestro patrullaje por el patio de la
               vecindad, cuando una vecina nos llamó por una de las ventanas. Nos pidió que
               subiéramos y así lo hicimos. Resultó ser la señora del 15, la señora Fuentes. Es
               una señora que en el edificio todos la conocemos porque siempre que se pelea
               con su esposo se oyen los gritos hasta la Ciudadela o hasta más lejos. Nos pidió
               al cabo Ipana y a mí que acompañáramos a su hija Sofía al mercado Juárez

               porque ella se encontraba mal de una torcedura de pie y no podía salir de casa.
               La verdad es que para eso también está el Ejército, para ayudar a la población
               civil cuando se necesita. Y le dije que sí, que con gusto acompañábamos a su
               hija al mercado.


               Bajamos las escaleras y yo tomé la bolsa de Sofi, porque de todos modos
               siempre lo hago con mi mamá. Me sonrió y entonces decidí que no era buena
               idea que el cabo Ipana nos acompañara. Así que le ordené que se quedara a hacer
               su guardia frente al edificio. Me obedeció y entonces caminamos por Avenida
               Chapultepec en dirección del mercado. Yo iba por detrás de ella porque así es
               como uno debe escoltar, pero ella se estuvo riendo todo el rato. Le pregunté que
               si nunca la habían escoltado antes y me dijo que no, entonces le expliqué que yo
               tenía que ir atrás y ella dijo que estaba bien.


               Llegamos al mercado y la acompañé a comprar la fruta y la verdura que su
               mamá le encargó. Muchos le preguntaron si ya tenía guardaespaldas porque yo la
               seguía a todos lados y ella respondía que sí con gran satisfacción.


               Luego, cuando hubo que volver a la vecindad me pidió que la escoltara, pero
               caminando a su lado. Yo sé que no debe hacerse así, pero decidí que mientras no
               nos viera ningún superior podría hacerlo. Me contó que su mamá se había
               torcido el tobillo el sábado y que se le había puesto como bola, por eso le dije
               que yo la escoltaría las veces que fuera al mercado y a todos los lados que
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